Un odio que muta; en contra de los nacionalismos

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La voz denunciatoria de Dubravka Ugrešić es necesaria en estos tiempos, cuando resurgen los nacionalismos

 

POR DONOVAN KREMER

Hablar de Dubravka Ugrešić (Kutina, 1949-Ámsterdam, 2023) es conjugar los elementos contrarios que afloran cuando la crueldad, estupidez y el odio repulsivo hacen de una tierra como lo fue Yugoslavia el centro de la convulsión, la desintegración de un pueblo hermanado en su multiformidad y la desolación. Traer a la memoria a Ugrešić significa reivindicar el rechazo a los nacionalismos retrógrados.

 

Si el desenlace de un dictador se traduce en la eventual guerrilla civil, los cañonazos que estallan los muros de una península y el éxodo de miles de personas que comparten rasgos, la elección entre uno u otro camino debe forjarse más allá de las absurdas fronteras, eso nos enseñó Ugrešić con su oposición a la caída de su hogar.

 

Fallecida el pasado 17 de marzo, la “escritora trasnacional”, como la definían, nació y creció en Croacia cuando ésta conformaba la entonces República Federativa Socialista de Yugoslavia, un territorio cuyos matices étnicos, lingüísticos y costumbristas se convirtieron en diferencias, acrecentadas por una doctrina política decimonónica.

 

Joven, consiguió títulos en literatura comparada y rusa, y tras ello trabajó durante años en el Instituto de Teoría de la Literatura en la Universidad de Zagreb, a la par que afianzaba textos literarios y académicos. Cuando estalló la guerra en “La tierra de los eslavos del sur”, Ugrešić adoptó una postura antibélica, lo cual le granjeó el desprecio público y acoso mediático; blanco de políticos, periodistas y escritores nacionalistas, abandonó su país en 1993 y se situó en Berlín, Alemania.

 

Su literatura conservó, no obstante, esta alienación de ironía, polémica y compasión ante la zozobra e incertidumbre en el exilio, en el desplazamiento, en la migración forzada que compartía junto a sus compatriotas, además de comenzar a escarbar el terreno de la feminidad con posicionamientos posmodernistas.

 

Este hecho le permitió ganar reflectores y viajar a universidades como Harvard, UCLA, Columbia y la Universidad Libre de Berlín, donde robustecía su postura y enseñaba. Como narradora, publicó en 1981 Štefica Cvek u raljama života, obra que fue llevada a la pantalla grande. Junto a Aleksandar Flaker desarrolló el Glosario de la vanguardia rusa (1984), un ensayo académico.

 

Fruto de su contexto, en 1996 publicó El Museo de la Rendición Incondicional (editado por Impedimenta en 2022), Baba Yagá puso un huevo (2008, Impedimenta 2020), Zorro (2017; Impedimenta, 2019) y La edad de la piel (2019); la colección de ensayos Ficcionario americano (1993) y Karaoke Culture (2010). También obtuvo múltiples premios como el Europeo de Ensayo Charles Veillon y el Austríaco de Literatura Europea. En 2009, fue finalista del Premio Man Booker a toda una trayectoria literaria.

 

La voz de Ugrešić es una sin tiempo que resuena con fuerza en la actualidad, en tanto el odio al que repudió muta a través de personajes con excedentes tintes nacionalistas, en Europa, sí, pero también en América, donde las fronteras se ensanchan, ideológica y geográficamente, y las luchas armadas paralizan a toda una región, donde los discursos xenófobos no acaban de escarmentar; ahí, en esos escenarios, late su prosa incontenible.

 

FOTO: Feligreses de la Iglesia Ortodoxa ucraniana, acusados ​​de mantener vínculos con Moscú. Crédito de foto: SERGEI CHUZAVKOV / AFP

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