Una apología de la contemplación

May 9 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3509 Views • No hay comentarios en Una apología de la contemplación

POR: AVE BARRERA

 

 

Difícilmente otra portada podría ilustrar de manera tan elocuente la novela de Chloe Aridjis, por supuesto sin ser demasiado literal. Una mujer bella representada en una pintura clásica observa desafiante al espectador, en este caso al posible lector, detrás de tres arañazos que surcan el lienzo. La protagonista de Desgarrado –cuyo título original es Asunder, puesto que la novela fue escrita en inglés–, al igual que la mujer en el cuadro de John Opie, se llama María. Sin embargo, la Marie que habita en las páginas de la novela, dista mucho de la aristócrata de la pintura. La Marie de Desgarrado trabaja como guardia de museo en la National Gallerie de Londres, aunque su verdadero oficio es mucho más escrupuloso y complejo: observar desde la quietud el transcurrir del tiempo y el deterioro que trae consigo. Es una mujer en uniforme gris, inmóvil entre obras maestras, sombra de la sombra, metáfora de autoanulación y del vacío existencial.

 

 

Pero contrario a lo que pudiera pensarse, en el relato de Marie no hay patetismo. La inacción, la soledad y la rutina que supone trabajar como guardia de museo son motivo de orgullo para la narradora, quien se asume como “centinela” de un tesoro de valor incalculable. Sin más aspiraciones que el día a día y la normalidad, Marie convive con sus colegas, guarda una relación íntima con las obras que la rodean, regresa cada noche al departamento que comparte con una roomate desordenada y de vez en cuando sale a tomar una cerveza con su amigo Daniel, quien también trabaja como guardia en el Tate, pero que, al contrario de Marie, aprovecha la inacción de su oficio para escribir poemas en una libreta, que luego envía por correspondencia a poetas de otras latitudes.

 

 

La sólida normalidad instaurada durante nueve años, de pronto da lugar a una pequeña fractura: un compañero de Marie, de edad bastante avanzada, muere mientras se hallaba en su puesto de guardia, y es ella la primera en acudir. La muerte de Roland, al inicio de la novela hace las veces de símbolo del indefectible paso del tiempo, como cráneo en un cuadro Memento mori, rodeado por otros objetos que evocan la belleza y la fragilidad, estampas del deterioro reunidas en un bodegón oscuro: el interior de una tienda de taxidermia vista por el ojo de la cerradura, las polillas que infestan el departamento de Marie y que ella captura para colocarlas como frágiles habitantes de los paisajes miniatura que construye dentro de cáscaras de huevo, un prendedor de escarabajo que encuentra en el puesto de su ex novio Lucien, las botellas de lociones contra el envejecimiento en la encimera del baño, la craquelure en los lienzos que observa incansablemente todos los días: “la idea de la flecha del tiempo desplazándose entre las pinturas me estremeció. Los pintores crean orden del caos, pero desde el instante en el que se crea el orden, la lenta marcha hacia el caos comienza de nuevo”.

 

 

El contrapeso narrativo de esta perfección casi taoísta con que el tiempo avanza sobre los objetos, es el desgarramiento. La ruptura violenta de la normalidad y el marasmo en que Marie ve pasar sus días es anticipado por un acontecimiento histórico que la obsesiona: su bisabuelo, que también había sido guardia de museo, era el encargado de vigilar la sala en que se encontraba La Venus del espejo, de Velásquez, el día en que otra María, Mary Richardson, una militante sufragista, apuñaló el lienzo con un cuchillo de carnicero para “destruir a la mujer más hermosa de la mitología”, en protesta por el encarcelamiento de una de sus compañeras.

 

 

A pesar de lo enérgico del episodio descrito, esta segunda novela de la escritora neoyorquina-mexicana-inglesa no pertenece al mundo de las acciones, sino al de la contemplación. El riesgo narrativo que ello implica es, naturalmente, mantener la tensión narrativa y la atención del lector, que si está acostumbrado a la literatura donde “suceden cosas” tendrá dificultades para pasar de una imagen a la siguiente, aparentemente desvinculadas del funcionamiento del relato. Las acciones suceden dentro, cuando no al interior de la psique de la narradora, en espacios interiores a los que se les ha quitado su cualidad de pertenencia, o en no-lugares, como el mismo museo; poderoso emblema que funge en la novela al mismo tiempo como lugar de tránsito y de permanencia.

 

 

La soledad y sobriedad que se ciernen sobre los espacios, en las acciones mínimas y repetidas, en los episodios descritos al ralentí sumen al lector en un ambiente letárgico por medio de una prosa aséptica, de intachable pulcritud estilística, como una pintura clásica en la que se filtra el desasosiego de la posmodernidad europea: personajes que flotan entre el desarraigo y la carencia de una motivación concreta, que perciben la craqueladura de la cáscara del huevo que los envuelve, pero no tienen idea de aquello en lo que habrán de transformarse. Se trata, probablemente, de un relato que quiere dar la espalda a su propia humanidad para reflejarla por efecto de contraste, como en la Venus de Velásquez cuyo rostro sólo podemos entrever en el espejo.

Chloe Aridjis, Desgarrado, traducción de Julio Paredes, FCE, México, 2015

 

 

FOTOGRAFÍA: Desgarrado (Asunder por su título original en inglés) es la segunda novela de la escritora mexicana Chloe Aridjis / Especial

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