Valdimar Jóhannsson y el apego sucedáneo

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Una pareja de granjeros presencia el nacimiento de un cordero descomunal, haciéndolos partícipes de un milagro siniestro que irá drenando sus vidas conforme su obsesión con la cría aumente

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
Imposible abordarla sin spoilers, pues todo es sorpresa, anomalía inenarrable y asombro en Cordero (Lamb, Islandia-Suecia-Polonia, 2021), insólita ópera prima del modestísimo técnico islandés en efectos especiales y exoperador de cámara de 43 años Valdimar Jóhannsson (corto: Dolor 08), con guion original suyo y de Sjón Sigurdsson, premios entre otros a la originalidad en Cannes 21 y a la mejor película fantástica en Sitges 21, donde la modernizada pareja solitaria y lacónica de labriegos y pastores de corderos que forman el rústico rubio barboncillo Ingvar (Hilmir Snaer Gudnason) y su áspera esposa aún guapa y deseable Maria (Noomi Rapace), vegeta aislada en la imponente grisura blanca de las gélidas landas infinitas y ha enterrado en los alrededores a una hija llamada Ada a quien nunca se refieren ellos aunque parece pesar sobre todos sus actos rutinarios, pero un buen día ambos granjeros se encariñan más allá de lo sensato con una corderilla particularmente frágil y ensangrentada de las que acaban de ayudar a parir a cierta vigorosa cordera de retorcidos cuernos, la tratan como una bebé de biberón dentro de una tinita de peltre y, para su maravillada sorpresa y vuelco afectuoso, la bestezuela, a la que nombran también como Ada, exhibe bracitos, se comunica formidablemente balando como si hablara, pronto ocupa el lugar de la parientita muerta, adopta la postura erecta al caminar, y ante el reclamo insistente de la madre cordera a la puerta del hogar, ésta es liquidada de un certero plomazo, quedando la corderita Ada al exclusivo cuidado y disfrute de sus padres adoptivos, sin embargo, huyendo de un turbio incidente, se refugia en la granja un desalmado hermano de Ingvar llamado Pétur (Björn Hlynur Haraldsson), que se queda a residir en la granja con la pareja por una temporada, ayudando en la cosecha de granos y en el arreglo de una máquina trilladora, aunque en difícil armonía, ya que se burla del trato humano y preferente concedido a la híbrida animalesca Ada con cabeza de cordero, si bien termina aceptando su compañía e incluso no tarda en ganarse su afecto cual tío apapachador, pretendiendo lograr los favores eróticos de la hermosa cuñadita, a la que intenta seducir y acosa durante cierta noche de ebriedad colectiva, sólo para terminar encerrado con llave en una bodega y puesto con maleta en un ómnibus por la inexpugnable madre orgullosa y satisfecha a la mañana siguiente, mientras de modo seráficamente negativo, un macho cabrío acaso padre biológico de Ada se apresta escopeta en puño para darle cacería sin piedad al apacible granjero, quien tomado de la manita de la cordera caminaba idílicamente por los sembradíos hasta entonces benditos por el más inusitado apego sucedáneo.

 

 

El apego sucedáneo se afirma de entrada y en tajante definitiva como un incipiente aunque ya magno ejercicio de estilo prodigioso y cósmico, magnificado por la espléndida fotografía de Eli Arenson, por la procelosa música de Thórann Guönason y por una contundente edición de Agnieszka Glinska buena valoradora de eternas montañas nevadas y paisajes de fin del mundo cual imprescindibles signos de puntuación entre secuencias, donde la agonía domina y tanto las figuras maternas como las paternas juegan un rol esencial, en tres capítulos muy puntualmente marcados cual movimientos musicales, podrían decirse: Allegro assai, Adagio y Rondó, todos ellos terminando en la dura aceptación de lo sobrenatural como propio e irrenunciable, con los granjeros arrobados y contagiando de su colmada gloria monstruosa al tercero en discordia, todos volcados hacia la corderita que encarna a la vez la gracia divina bressoniana y la beatitud del nirvana solipsista vital en estado de gracia.

 

 

El apego sucedáneo concita y arma así, señorial y jubilosamente, el misterio eficaz de una película-objeto polisémico y un fenómeno polifónico que viene a ser, a su vez y a la vez, una fábula moderna donde la misma situación heteróclita estabilizada sufre inesperados cambios sin cuento y se enfoca de varias maneras siempre mutable y nunca idéntica, una parábola moral sin lección alguna ni moraleja posible, una metáfora tan intensa cuan insensatamente prolongada, una alegoría de las irracionales suplantaciones afectivas y emocionales que jamás nos dejan de ser indispensables, una pieza maestra de realismo mágico nórdico al margen de embates y sentimentalismos tropicalosos, un puñado de Vidas Minúsculas cuyo brillante especialista encomiástico fundacional Pierre Michon pudiera teorizar como la imposición de un feeling cuya gran libertad de lectura plural produce finalmente una vaga sensación frustrante, una ironía cruel en el límite extremo carente de pathos, una estampa familiar llevada hasta sus últimas consecuencias dramáticas e imaginarias, un intempestivo trozo escogido de poesía fílmica en prosa con dominante visualista, un cuento de hadas envenenado y subrepticiamente perverso bajo su explícita aunque bien dosificada piel de oveja, una infame cosecha de indispensable litio narrativo omnisciente, una ancestral saga escandinava como la que contemplan los granjeros por la TV de Reikiavik o Maria lee a solas, un relato perturbador en torno al perfecto simulacro relacional interior/exterior que no por exceso sarcástico y bordear el horror pintoresco deja de ser íntimo y extremo, y last but not least una Sarabanda de nunca acabar como aquella de la Suite para piano en re menor de Händel que resuena en forma solemne/antisolemne durante el dramático asalto final que convierte a la trama en una absurda vendetta parental, resuelta cual tragedia cerrada y en cierto modo circular.

 

 

Y el apego sucedáneo se extravía en el rescate de Ada alejándose de la mano de su verdadero padre minotauro triunfal, y concluye en el aullido de Maria viendo morir al marido, sin nadie a quien recurrir, vuelta de nuevo la madre despojada, devuelta al dolor y a la inmensidad muda e inmutable de un anonadante cielo invernal.

 

Foto: Cordero, protagonizada por Noomi Rapace y Hilmir Snær Guðnason, fue ganadora en el Festival de Cannes 2021 por su originalidad en la categoría Un Certain Regard/ Crédito de foto: Especial

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