Visitaciones a una musa: Anna Ajmátova escrita por Alberto Ruy Sánchez
En El expediente Anna Ajmátova, Alberto Ruy Sánchez relata, entre la ficción y lo histórico, la vida de la poeta de origen ucraniano, voz de una generación literaria que sucumbió bajo los estragos de la dictadura estalinista
POR ARIEL GONZÁLEZ
Las grandes constantes en la historia del arte y la literatura rusos son la tragedia y el esplendor. Incluso pareciera que este último es más fulgurante cuanto mayores han sido las desdichas de un sinnúmero de autores y creadores. Ya desde 1905, intentando acaso un acto de contrición, el diario Novosti de San Petersburgo observaba:
“Condujimos a Pushkin a un duelo suicida, enviamos a Lérmontov a enfrentarse a las balas, sentenciamos a Dostoyevski a trabajos forzados, enterramos vivo a Chernyshevsky y en una tumba polar; enviamos al exilio a una de nuestras mentes más brillantes: Herzen; desterramos a Turgueniev, excomulgamos y denunciamos a Tolstoi y expulsamos a Rimsky-Kórsakov del conservatorio…”
El redactor de esta nota no podía saber que su listado fácilmente se prolongaría hasta nuestros días. Sin embargo, a pesar de ese culposo panorama, a comienzos del siglo XX podían verse también las imágenes joviales e ilusionadas de Osip Mandelstam, Alexander Blok, Isaak Babel, Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak y muchos más, todos radiantes, confiados en un futuro promisorio. Casi ninguno de ellos se ilusionó con la revolución bolchevique como tal, pero sí con sus posibles efectos en el arte y la cultura: por fin, suponían, habría un reconocimientos de las vanguardias (y lo hubo, pero absolutamente efímero), un intercambio rico de ideas y un nuevo ambiente para el pensamiento y las letras. A pesar de todos sus talentos no podían imaginar que serían arrasados por una historia en la que ellos no tenían cabida porque se les consideraba parte del régimen zarista y en términos estéticos su obra se veía como una expresión más del decadentismo burgués.
Incluso los pocos que sí simpatizaron desde un principio con la revolución bolchevique y hasta se convirtieron en notables propagandistas de esta, como Vladimir Maiakovski, terminarían (supuestamente) suicidándose o en un campo de prisioneros. Otros, que no simpatizaban con la agenda política de los comunistas, tampoco militaron en su contra. De hecho, la gran mayoría sólo intentó sobrevivir. Pero al poder soviético no le bastó con verlos despojados de sus “privilegios”, ni con hundirlos en el desempleo, la segregación y la miseria, sin poder publicar ni enseñar en las universidades; prefirió de todas formas llevarlos a prisión, torturarlos física y psicológicamente, para luego condenarlos a morir en alguno de sus muchos campos de trabajos forzados. En uno de estos, el de Kolimá, fue compuesta una copla anónima:
“¡Ay Kolimá, Kolimá,
Planeta sin par!
¡Es invierno doce meses,
Y verano los demás!”
Para muchos escritores rusos, incluso alinearse con las disposiciones de las organizaciones soviéticas de autores o condescender en alguna medida con la estética panfletaria del realismo socialista no fue tampoco suficiente. Otros más, como Pasternak o Nadezhda Mandelstam, sólo siguieron vivos de milagro, merced a su prestigio dentro y fuera del país o por extrañas e inescrutables decisiones del poder. Esa fue también la suerte de Anna Ajmátova, la mayor poeta rusa del siglo XX.
En El expediente Anna Ajmátova (Alfaguara, 2021), Alberto Ruy Sánchez ha conseguido retratar de forma muy original, entrecruzando los caminos del ensayo, la novela histórica, la poesía y la ficción, a este fascinante personaje que cautivó e inspiró a un sinnúmero de escritores, artistas y poetas que vieron en ella no sólo a una auténtica musa, sino también una voz que habría de representarlos en los dramáticos tiempos que les tocaron vivir.
Como en otras obras que se ocupan de un personaje tan complejo, el escritor ha debido resolver un problema: ¿Con qué voz podía acercarse, simultáneamente además, a todos los registros históricos, personales e íntimos que identifican a Anna Ajmátova? ¿Cómo captar para un ejercicio literario verosímil, que no desfalleciera en las primeras líneas, un drama tan intenso como el de esta poeta? Independientemente de las soluciones estéticas que encontró Ruy Sánchez para desarrollar su tema —con una escritura impregnada en todo momento de la belleza misma que rodea la vida y obra de la autora del Réquiem—, hay un recurso que resulta clave para la feliz consecución de este libro: la voz de Vera Tamara Beridze, presunta espía y confidente de la poeta, quien será la que nos cuente desde distintos planos y perspectivas su maravillosa y triste historia.
Sin este personaje femenino como principal relator, la obra habría corrido el riesgo de deshilvanarse fácilmente entre la copiosa información —política, social y cultural— que reúne y las múltiples circunstancias personales que narra. El desafío lo ha resuelto Ruy Sánchez demostrando en cada página que no ha escatimado tiempo de lectura e investigación para presentarnos con todo rigor y profundidad el drama y contexto que rodea la vida de Ajmátova. Si de suyo tiene una gran dificultad reconstruir históricamente una existencia tan rica, la propuesta literaria del autor sale perfectamente airosa en todo cuanto colinda con la novela histórica: cubre con una capa muy sutil de ficción todos esos intersticios que no han podido iluminar sus biógrafos y estudiosos.
Así es como sabemos de sus días en París y de la aventura amorosa con el joven Amedeo Modigliani. Es el más extenso archivo de la obra y, dado que incluso podría haber sido un libro aparte, corre parejo con un texto de reciente aparición que se ocupa exclusivamente de este tema: Un amor al alba, de Élisabeth Barillé (Periférica, 2021). El prometedor artista italiano la poseerá visual, real y apasionadamente en lo que será uno de los amores más evocado por Ajmátova el resto de su vida, si bien no el único. El recuerdo de su primer marido, el poeta Nicolái Gumilyov, que será fusilado en 1921 como señal de que la revolución empezará a exterminar a sus más importantes literatos, pervivirá siempre a través de su hijo Lev (otro desdichado personaje que el poder soviético mantendrá en prisión de forma recurrente). Sus otras parejas “formales” fueron Vladimir Shileiko y Nikolai Punin (este último también cayó en desgracia en los años 30).
Otro Nicolai (Nedobrovo) y Boris Anrep se convertirán, fugazmente, en sus amantes. Anrep, nos informa un archivo de El expediente, fue además premiado de otra forma por la poeta: “ni siquiera Modigliani fue objeto de tantos poemas”. Pero convengamos en que lo de Modigliani se prestaba mucho más a una recreación libre que la pluma de Ruy Sánchez ha concretado con fluidez, superando la escasez o inexistencia de documentos y testigos, e incluso la desaparición de la mayor parte de los dibujos que el artista le hiciera. Todo aquí transita por los caminos de una leyenda fascinante, alimentada por una intensa pasión amorosa que sólo la agudeza del autor podía replantear dándole credibilidad y un gran encanto.
Ajmátova supo amar y vivir intensa y libremente. Esa es una faceta que queda muy bien definida en el libro de Ruy Sánchez, quien también consigna la amistad y admiración que en ella despertaron figuras como Alexander Blok y Osip Mandelstam. Viendo ese conjunto de relaciones tan ricas y variadas, cuesta trabajo asimilar que prácticamente todo el entorno sentimental y social de Ajmátova sucumbiría o sufriría golpes brutales bajo la dictadura bolchevique.
¿Cómo fue posible ese cataclismo de sufrimiento y terror que milagrosamente dejó en pie a la poeta? El expediente Anna Ajmátova reconstruye con un gran volumen de información y una necesaria dosis de ficción —en inteligente equilibrio— la relación entre Ajmátova y el poder totalitario a partir de un episodio que pudo tener lugar en San Petersburgo antes de la Revolución de 1917. Se trata del encuentro de la poeta con un lector y admirador suyo que ya nunca dejará, de un modo u otro, de estar detrás de todas las desgracias e infaustos acontecimientos que rodearán su vida. Su nombre: Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, mejor conocido —en esta época en la que se dio tiempo para acudir a una reunión donde se dieron cita los mejores poetas del momento— como Koba, y más tarde, ya con el poder absoluto en sus manos, como Stalin.
El frustrado y resentido georgiano, presentándose como poeta, hará el ridículo frente a ese cenáculo. Se burlarán de él y jamás los perdonará. De haber sabido en qué se convertiría ese personaje anodino que se presentó para saludarla, Ajmátova habría sentido poco más que un escalofrío, pero en ese momento ni ella ni nadie de los ahí reunidos puede avizorar el futuro que les aguarda. “Casi nadie —escribiría Ajmátova tiempo después, aunque sin referirse directamente a Stalin— lo veía venir. Sólo el poeta simbolista Alexander Blok nos previno aquellos días en sus diarios y en su poesía sobre la oscuridad que nos acechaba”.
Y es esa visión (a la manera de Casandra: aquella sacerdotisa que por rechazar a Apolo fue castigada por este escupiéndole en la boca para que nadie creyera sus presagios) la que hace imposible no reparar en la enorme actualidad que cobran muchos de los temas que subyacen en El expediente Anna Ajmátova. El totalitarismo, que nunca se ha ido, cobra nuevas dimensiones: ya desde los regímenes populistas y autoritarios de América Latina que aspiran a cancelar derechos y libertades; ya desde su reinstalación, abiertamente represiva y sangrienta en Rusia, que desarrolla, mientras escribo, una invasión a Ucrania (la tierra en que naciera Ajmátova) que amenaza con alcanzar niveles de conflagración nuclear.
El expediente que realmente produjo la KGB sobre Ajmátova fue recuperado por Vitali Shentalinsky, miembro de la comisión para el patrimonio literario de los escritores represaliados, en su obra La palabra arrestada (Galaxia Gutenberg, 2018), seguramente consultada por Ruy Sánchez. En esos archivos lo que perdura sobre todo son los interrogatorios a su hijo, Lev Gumilyov, a su pareja Nicolai Punin y otros personajes de su entorno, así como las cartas que ella dirigió a Stalin para interceder por ellos, lo mismo que los informes policiacos, uno de los cuales anuncia su inminente detención (algo que por suerte no ocurrió). Ahí debieron encontrarse poemas robados, fotos y dibujos confiscados, información que nunca conoceremos, pero para Shentalinsky “todo está claro: borraron las huellas para absolver a su departamento (la KGB) a ojos de las generaciones venideras”.
Frente a tantos datos ausentes o dispersos, El expediente Anna Ajmátova constituye un acercamiento imprescindible a la vida y obra de una mujer que haciendo fila ante una cárcel para ver a su hijo o algún amigo entendió “…cómo los rostros se vuelven huesos, / cómo acecha el terror debajo de los párpados, / cómo el sufrimiento inscribe sobre las mejillas / las duras líneas de sus textos cuneiformes,/ cómo los lucientes rizos negros o los rubios cenizos / se vuelven plata deslustrada de la noche a la mañana, / cómo las sonrisas se esfuman de los labios sumisos, / y el miedo tiembla con una risita entre dientes.”
Vera Tamara Beridze, relatora de este expediente —confeccionado desde el gulag al que fue condenada por incumplir con la misión que le encargara Stalin: espiar y arrancarle todos sus secretos a la poeta— dejó preparada “otra caja” con más archivos sobre Ajmátova, según informa la editora de este libro. Así, el gran juego literario abierto por Ruy Sánchez apenas comienza y puede darnos pronto otro volumen. Que así sea. Necesitamos leer más sobre Ajmátova, una mujer a quien la persecución, humillación y permanente hostigamiento del poder soviético le arrebató todo (como ella dice en un poema), pero a la que no consiguieron derrotar.
FOTO: Retrato de Anna Ajmátova, realizado por la pintora Olga Della-Vos-Kardovskaya en 1914/ State Tretyakov Gallery
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