Santa Sofía, perdida para los cristianos

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El anuncio del gobierno de Turquía sobre la conversión en mezquita de este famoso museo, símbolo del laicismo en la región, ha conmocionado a la opinión pública, pues representa un golpe a la libertad de culto

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POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

El pasado turco no es solamente otomano y la historia otomana no es solamente turca”.

Edhem Elden, lección inaugural en el Collège de France.

La vuelta al pasado es aspiración del presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan, a quien ya le llaman el “sultán” por sus pretensiones de volver a los tiempos del Imperio Otomano, tal como lo indican sus movimientos para intervenir en la destruida Libia, que no ha encontrado sosiego desde la salida del dictador Kadafi, e igualmente se ha involucrado en la guerra en Siria atizando el fuego de la hoguera. También decidió dar marcha atrás en la historia y por medio de un decreto, el 24 de julio de 2020 Santa Sofía, la Antigua Basílica de Bizancio, fue devuelta al culto islámico después de haberse mantenido como museo desde 1934, como expresión de la tolerancia.

 

El creador de la nueva Turquía, Mustafá Kemal Atatürk, fue quien le dio ese estatus de recinto del arte haciendo a un lado la religión en su idea de crear un Estado laico sobre las ruinas del Imperio Otomano que se desmoronó por su participación en la Gran Guerra, y en seguida abolió el califato, para darle relevancia a la política. El presidente turco se inspiró en el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, quien más ha insistido en que gobierna lo que llama insistentemente el Estado judío, entonces por qué no crear otro Estado islámico; si para ello ambos recurren a la mitología religiosa tan pródiga en Medio Oriente.

 

Hagia Sofía (la Santa Sabiduría) es componente esencial del paisaje de Estambul actual, cuenta con una increíble historia de mil 500 años desde su inauguración por el emperador Justiniano en 537 y la situó junto al palacio imperial. Formó parte del proyecto del emperador Constantino de crear 32 iglesias en la ciudad. El edificio de la antigua basílica que se conoce es en realidad la tercera fábrica que se yergue sobre una superficie de 74, 60 X 69, 70 metros. Fue la más grande de la cristiandad en el siglo VI y sigue siendo parte del paisaje que identifica a la ciudad. Su reconstrucción se debió a los afamados arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, quienes lograron la altura de 55 metros en la cúpula con un diámetro de 31 metros, algo inusitado entonces y aún ahora. Al ingresar, la altura humana disminuye y la hace insignificante para resaltar la grandeza de Dios y la inalcanzable altura del cielo. Su dimensión fue posible por la solución de medias cúpulas y contrafuertes laterales y nervaduras.

 

Pero lo más importante es que se convirtió en centro de la ortodoxia y del cristianismo como se definía, estableciendo cánones y dogmas que se mantienen, incluso prácticas religiosas como las procesiones y el lujo de sus ornamentaciones y de los recintos religiosos que, por su parte, deben mucho al boato de la corte del emperador Constantino. Su establecimiento en la ciudad que en su honor se convirtió en Constantinopla la hizo convertirse en el símbolo del Imperio Romano de Oriente. Los otomanos que se constituían y organizaban creando su identidad dispersos por los campos de Anatolia procedían de las zonas boscosas de Altai, Siberia, Mongolia y China, emparentando en su travesía con los hunos, mongoles y chinos. Conformaron la lengua que les otorgó un fuerte valor identitario. Ya aglutinados realizaron su primer asedio a Bizancio que logró resistir. Y en 1422 realizaron el sitio a Constantinopla pero no fue sino hasta 1453 que cayó, luego de enormes esfuerzos para derrumbar sus sólidas murallas debido al empeño de Ahmed II.

 

El poderío otomano comenzó a expresarse primero desplazando de Santa Sofía la cruz de Constantino por la media luna y la estrella del islam, algo frecuente en los territorios que los musulmanes iban tomando, en su avance por toda la región. En seguida los otomanos se dedicaron a la construcción de grandes mezquitas, en particular la más notable fue la del sultán Ahmed II, el conquistador. La también conocida como la Mezquita Azul, fue un proyecto del celebrado arquitecto Sinán quien la construyó entre 1609 y 1617, y dio un giro fundamental a una construcción de ese tipo, logrando de forma espectacular su iluminación por medio de 40 ventanas que rodean la cúpula, permitiendo la entrada de la luz solar. Cumplió su fin de rivalizar con Hagia Sofía igualando su belleza, destacando la presencia de seis minaretes para superar los cuatro que le fueron adosados a la basílica. Ambas construcciones comparten simetría en la gran explanada donde se encuentran situadas una frente a otra, enmarcadas por el mar Bósforo en el sitio más fotografiado de Estambul. En agradecimiento, el sultán le otorgó varios lingotes de oro así como el encargo de realizar otras mezquitas sembradas por todo Turquía.

 

La historia de un edificio es también la de una cultura, la de un patrimonio, sobre todo Santa Sofía, considerada el centro de la cristiandad ortodoxa hasta que, luego de la conquista otomana, fue transformada en mezquita. La luz fue uno de sus componentes con sus numerosas ventanas y ampolletas de aceite colocadas en enormes candiles, buscando una claridad inusitada en el interior para recordar que Dios es fundamentalmente luz; contrasta con las catedrales oscuras que la cristiandad romana construía en los países europeos.

 

Para su conversión en mezquita sus pinturas bizantinas y sus mosaicos dorados, casi todos del siglo XII, fueron cubiertos de cal durante más de 400 años. Cuando Atatürk la convirtió en museo, los motivos cristianos que habían estado ocultos reaparecieron. Allí estaba de nuevo el Jesús Pantocrator, una de las más formidables representaciones de Cristo surgida después de muchos avatares que llevaron a grandes discusiones de los primeros tiempos del cristianismo sobre si debía o no representarse la figura e Dios. El canon judío seguido por los primeros cristianos impedía cualquier concepto que acercara su representación a un concepto corpóreo. Pero fue estableciéndose la que resultó la imagen más divulgada del rostro alargado y de barbas oscuras, como se le representa. Fue el triunfo de la cristología, después de numerosas discusiones sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la idea de Dios único en tres personas distintas que sigue marcando diferendos entre las religiones cristianas. No obstante, en sus grandes murales están también la Virgen María, motivo de diferentes dogmas e ideas incompatibles como Madre de Dios o Madre de Jesús, quien aparece acompañada por San Juan, quien le acompañaría en la vida terrenal. Ambas figuras están de tres cuartos, mirando hacia Cristo en el centro, el único que mira de frente hacia la feligresía.

 

En las pinturas deslavadas pueden distinguirse aún seres alados como serafines y la huella de ese proceso tan controvertido de la representación de lo divino con figuras humanas que en mucho se debe a la acción de la emperatriz Teodora, esposa de Justiniano, quien insistió en que podía dibujarse la imagen de Dios, como lo estaba haciendo Mani con sus seguidores los maniqueos. Para ellos Dios era luz y por tanto sólo podía representarse en vestiduras blancas y con un halo luminoso, como también fue haciéndose con los santos. También por ello se empleó el oro como lo más luminoso, enmarcando con sus mosaicos toda esa representación.

 

Con el tiempo se mantuvo la idea de representar al Cristo con rasgos que llamaron sirio, de cabellos oscuros, aunque el ropaje cambió por el uso de todos los colores, tal como se enfatizó en la pintura del Renacimiento. Es importante que bajo el Imperio de Bizancio se construyó mucha de la simbología y los rituales que configuraron el cristianismo hasta nuestros días. Para no mencionar los concilios, donde los jerarcas de la Iglesia cristiana llegaron a acuerdos sobre los dogmas, que tuvieron lugar por ese territorio.

 

Con la conquista otomana llegó otra cultura que durante siglos se venía construyendo en los alrededores de Constantinopla y pueblos diseminados por los desiertos, montes y laderas; optaron por la prédica de Mahoma. Constantinopla por su filiación cristiana fue receptora de los cruzados que fueron a combatir a los musulmanes en Jerusalem para la supuesta recuperación del Sepulcro de Cristo. La cuarta cruzada, sin embargo, provocó graves daños a Santa Sofía; se cuenta que soldados y sus caballos se alojaron allí y animales eran desollados en el interior para preparar sus alimentos. Tuvieron un gran espacio para hacerlo porque, además de la planta baja, estaba el deambulatorio superior al que se accede por medio de una rampa que parte desde su base: es amplio y cumplía la función de separar a los varones, en la planta baja, de las mujeres que acompañaban a la emperatriz, desde donde podían ver las ceremonias, tales como la coronación del emperador en la planta principal, en un lugar que para ellos era el centro de la tierra. Aprovechando el saqueo de esa cruzada, el Dogo de Venecia que la acompañó sustrajo la cuadrilla de caballos que Constantino había hecho construir en Roma, y ahora es parte de los atractivos de la catedral de San Marcos en Venecia.

 

La irrupción en Santa Sofía luego de la conquista fue para transformarla en mezquita, provocaron cambios notables en el recinto: fue construido el mihrab, el promontorio que marca hacia dónde debe dirigirse la oración, orientándolo hacia la Meca, pero –se dice– que fue desplazado levemente para evitar que en su mira pasara por Jerusalem. En su patio se construyó la fuente de las abluciones requerida por el ritual islámico donde los varones debían lavarse antes del ingreso, y sus frescos fueron cubiertos.

 

Al convertirse en museo en 1934, las obras de arte de Santa Sofía se rescataron, aun las de simbología cristiana. La importancia y hermosura de la construcción no pasa desapercibida para el mundo, por lo que en 1985 la UNESCO la inscribió como Patrimonio de la Humanidad, considerándola como “símbolo de un valor artístico y social por encima de las religiones”. Como sea, el conjunto de Santa Sofía, y enfrente la magnífica mezquita de Sultán Ahmed II, puede verse como la metáfora de un diálogo de religiones, porque la memoria mantiene viva la historia de sus orígenes de la diversidad existente en el país con musulmanes, cristianos ortodoxos, armenios y romanos, y aún de judíos. Para algunos el conjunto es también el símbolo del diálogo entre Europa y Asia.

 

Muchas voces turcas expresaron su oposición al decreto de Erdogan de volver al museo a su antiguo culto musulmán. El Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk se opuso a la medida, afirmando: “Millones de turcos seculares como yo lloran por la medida”. Lo mismo lamenta la escritora Elif Shafak; sin embargo sus opiniones han debido transmitirse a través de las redes porque los diarios y la televisión les han negado comparecer para no empañar la decisión gubernamental.

 

El papa Francisco también se dijo “afligido” por la conversión de Santa Sofía en mezquita, sin duda tomando en cuenta que la decisión representa simbólicamente un paso más en la islamización de la región y se niega la pluralidad religiosa y de respeto a las minorías. Por supuesto Rusia y Grecia han criticado la transformación por ser los países más comprometidos con el cristianismo ortodoxo. Aunque por otras razones, Francia y Estados Unidos también se expresaron en contra.

 

La medida contradice la tradición política de un país cuyo actual gobierno fue producto del laicismo que lo ha caracterizado, aunque ya en el poder ha dado un vuelco hacia las prácticas conservadoras, como el uso del velo, cuando previamente se había terminado con esa práctica. La respuesta de Turquía ha sido a través de la viceministra de Cultura, quien aseguró que la conversión no ponía en riesgo al edificio y por lo tanto no era violatoria de la Convención de la UNESCO, y recurrió al ejemplo de la Mezquita de Córdoba en España, que fue inscrita en la lista del patrimonio cuando ya había sido reconvertida en Catedral. Por lo tanto argumentó que quitarla de ese padrón podía llevar a los países musulmanes a cuestionar las normas de la organización.

 

El monumento ha dejado de pertenecer al Ministerio de Cultura y ha pasado a la Dirección de Asuntos Religiosos del Gobierno, donde aseguran que sus técnicos trabajan en un plan de preservación de las obras de arte, como mosaicos, iconos, pinturas, que continuarán expuestas para todos los visitantes. Para ello –afirman– se piensa utilizar cortinillas que las cubran a las horas del rezo, y como resulta imposible hacerlo en los frescos de la bóveda, podrán oscurecerla, disminuyendo la potencia de la luz. Todo eso para no ofender las creencias de los musulmanes que acudan a la oración y no aceptan la representación humana en sus recintos.

 

Turquía, en medio del involucramiento en los conflictos de la región, como en Libia y en Siria, tendrá que lidiar con la amenaza de las sanciones de la Unión Europea si no reduce la tensión en el Mediterráneo por las perforaciones en busca de gas y petróleo que realiza su empresa en la zona exclusiva de Chipre. Aunque Erdogan sabe que el asunto de los 5 millones de inmigrantes que usan al país como escala para llegar a Europa y retenerlos en su territorio, es un arma fuerte en su favor en cualquier negociación.

 

Pese a esas circunstancias no le importó a Erdogan realizar la reconversión del museo de Santa Sofía en mezquita, y aunque dice haber sido apoyado por el 60 por ciento de la población, su decreto no es sino una de las medidas a las que recurren los gobiernos autoritarios para ampliar sus bases de apoyo. Soslayó el valor simbólico que Santa Sofía ha tenido para los cristianos e incluso del credo mayoritario que es el musulmán, acostumbrados a ver el recinto como museo. Con el hecho perdió la universalidad que le conferían como patrimonio mundial unos y otros, colocándolo de nuevo en ese equilibrio catastrófico donde lo religioso es un factor siempre presente en la región.

 

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