El enigma bélico de las dinastías

Sep 16 • Conexiones, destacamos • 1157 Views • No hay comentarios en El enigma bélico de las dinastías

 

En su libro Entre plumas y obsidianas, el arqueólogo Marco Antonio Cervera detalla cómo las guerras entre los pueblos mesoamericanos no fueron sólo de carácter religioso, sino de conquista

 

POR REYNA PAZ AVENDAÑO
La iconografía más antigua sobre la guerra en Mesoamérica se conserva en dos ciudades mayas y una zapoteca. La primera se trata de Uaxactún, Guatemala, donde la Estela 5 representa a un hombre armado con una especie de mazo y un átlatl. La segunda es Kaminaljuyú, Guatemala, ahí en el Monumento 65 aparecen personas maniatadas. La tercera es San José Mogote, Oaxaca, donde se observa a un hombre sacrificado con sus ojos cerrados, desnudo y el pecho abierto con un chorro de sangre.
Esas evidencias tempranas, anteriores al año 900 a.C., son algunas que el arqueólogo Marco Antonio Cervera Obregón detalla en su libro Entre plumas y obsidianas. Historia militar de la antigua Mesoamérica (Siglo XXI Editores, 2021) para argumentar que la actividad bélica fue común entre indígenas, es decir, que las guerras no tuvieron únicamente fines religiosos, también se realizaron para la conquista de territorios y para tener control económico.

 

El investigador de la Universidad Anáhuac México plantea que la guerra estuvo presente desde la época lítica; sin embargo, no hay evidencia arqueológica tan remota, las pruebas materiales existen a partir de los primeros señoríos del área maya (200 d.C.) y con el establecimiento de cacicazgos en Oaxaca (1500 a 150 a.C.).

 

“Ahora sabemos que en el ámbito mesoamericano sí había una operatividad de la guerra vinculada con el pensamiento indígena. Siempre se interpretó que las guerras eran sólo rituales y relacionadas a aspectos simbólico-religiosos. Se decía que la parte operativa no era importante entenderla, que era exclusiva de sociedades occidentales. Ni uno ni otro lado es correcto, las dos lecturas están hacia un mismo sentido”, comenta.

 

Que esa visión lleve años entre la academia responde a varios problemas, en su mayoría a la inexistencia de fuentes escritas y al desinterés de investigadores por ahondar en la violencia sistemática en periodos anteriores al Posclásico (900 a 1521).

 

Sin embargo, el investigador afirma que “aunque no haya una evidencia, no quiere decir que no existieran actividades bélicas”. Cervera Obregón plantea el caso de Teotihuacan, ciudad que se mira como una potencia comercial que mantuvo relación amigable con sus vecinos, no obstante, hay datos que demuestran actos bélicos.

 

“¿La gran pregunta es qué tipo de ejército tenía Teotihuacan? Al no tener fuentes escritas ni literarias, partimos de los modelos de interpretación que se han dado sobre su forma de gobierno y aquí entramos en otro de los grandes enigmas: quién o quiénes y cómo gobernaban Teotihuacan. Dependiendo de la forma de gobierno es el tipo de ejército y la relación bélica que estableció con sus vecinos”, comenta.

 

El investigador retoma las hipótesis de la arqueóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Linda Manzanilla, quien plantea la división de la antigua ciudad en cuatro grandes barrios, por lo tanto, se infiere una estructura militar dividida en cuatro guardias de barrio dedicadas a proteger cada región.

 

Cervera Obregón resalta que Teotihuacan era una potencia económica que tenía, por ejemplo, control de las minas de obsidiana, materia vital para la confección de armaduras en ese momento (100 a.C. al 650 d.C.). Incluso, un estudio reciente del arqueólogo de la Universidad de Boston, David Carballo, propone la presencia de talleres de producción de puntas de proyectil a gran escala cerca de la Pirámide de la Luna, que servían para proveer de armamento a tropas teotihuacanas.

 

“Teotihuacan era la ciudad más grande, tenía la mayor población (de 150 mil a 200 mil habitantes), era una sociedad multiétnica y con esa cantidad de infraestructura tanto económica como de personal, claramente existe la posibilidad de que tuviera un gran ejército para dominar a quien fuera, a veces no era necesario invadir ni conquistar a nadie”, señala.

 

El ejército era numeroso y posiblemente acompañó a las grandes caravanas comerciales en regiones lejanas como la zona maya o la oaxaqueña, propone Cervera Obregón. Hasta el momento, se sabe que los teotihuacanos usaron las siguientes armas: átlatl o lanzadardos, escudos, petos y medias armaduras hechas de fibras vegetales y algodón. Sin embargo, poco se sabe de los tipos de guerreros y de las jerarquías de mandos.

 

Marcus Winter, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), plantea una conquista de Teotihuacan en Monte Albán, Oaxaca. El arqueólogo halló cerca de 128 puntas de proyectil de obsidiana tipo teotihuacana fracturadas e impactadas a manera de munición, procedentes de las minas de Otumba (hoy Estado de México), en una plataforma de Monte Albán.

 

El arqueólogo se inclina por el planteamiento de Winter aunque reconoce que “los indicadores arqueológicos son poco claros”.

 

Sobre la dominación que pudo ejercer Teotihuacan en el área maya, Cervera Obregón recuerda la existencia de átlatl cauac o “búho lanzadardos”, un posible gobernante teotihuacano que dio las bases de linaje a una de las dinastías de Tikal, ciudad en donde también se encontró un vaso que tiene grabada la imagen de un grupo teotihuacano que se presenta ante un rey maya.

 

“Se está avanzando en el tema, sobre todo hacia la zona maya, vemos que hay incursiones teotihuacanas en algunas ciudades y no sabemos si solamente participaron en términos políticos militares, en guerras internas o si se involucraron para colocar o quitar gobernantes mayas e incluso existe la posibilidad de que invadieran áreas específicas por alguna problemática geopolítica”, destaca.

 

Combates a muerte

 

Los mexicas son la cultura que tiene un mayor número de estudios sobre su historia militar, por ello se sabe que implementaron dos tipos de guerras: de conquista y las floridas.

 

Las guerras de conquista, como su nombre lo indica, tenían como objetivo someter a poblaciones, les solicitaban tributo y quien se negara a ese impuesto era aniquilado. El arqueólogo Cervera Obregón relata que en la guerra de conquista había cautivos y se llevaban al sacrificio, además algunos de estos prisioneros se movían por todo el imperio y eran repartidos como esclavos.

 

Las guerras floridas “eran una suerte de pacto que se hacían con seis señoríos de la zona poblana y tlaxcalteca donde capturaban guerreros para sacrificarlos, la diferencia es que la letalidad era limitada porque el objetivo era la captura”.

 

Los vestigios de esas estrategias armamentistas son los cráneos colocados en el tzompantli, en especial, el hallado por Raúl Barrera, arqueólogo del INAH, en las inmediaciones de Templo Mayor (Guatemala 24, Centro Histórico de la Ciudad de México).

 

“Antes se pensaba que los cautivos eran únicamente varones pero los restos del tzompantli han determinado que hubo niños y mujeres procedentes de las guerras de conquista, porque los capturados en las guerras floridas eran puros varones. Al final, las dos guerras se complementaban, estaban en un mismo sistema y desconocemos si las guerras floridas se aplicaron a otros ámbitos mesoamericanos, sobre todo, en la época preclásica y teotihuacana”, indica Cervera Obregón.

 

Violencia frena estudios

 

El arqueólogo de la Universidad Anáhuac México señala que en este siglo, el XXI, veremos el desarrollo de dos ramas de la arqueología: la arqueología experimental de armas y la arqueología del campo de batalla.

 

La primera tiene mayor avance metodológico, no obstante, aún se requieren más trabajos de interpretación sobre el papel de las armas en contextos de guerras mesoamericanas.

 

“La arqueología experimental de armas es el intento de hacer una reproducción de la tecnología del pasado con todo el sustento histórico y arqueológico derivado de las fuentes, esto permite reconstruir esa tecnología armamentista para saber cómo funcionaba”, explica.

 

En cuanto a la arqueología de campo de batalla aplicada a Mesoamérica es un reto para los investigadores. “A nivel mundial se utiliza el análisis del metal porque son los restos que quedan de una batalla, pero como aquí no se usaba el metal, tenemos un problema, los restos que tenemos son obsidiana y madera”.

 

Actualmente, Cervera Obregón plantea un estudio de campo de batalla del enfrentamiento que mexicas y españoles tuvieron en Otumba, Estado de México, pero la inseguridad y la violencia del país complica su realización.

 

“Se está tratando de hacer un proyecto entre la Universidad Anáhuac y la República Checa; no obstante, tenemos un gran problema que supera lo académico: la violencia en México. El narcotráfico y el crimen organizado tiene todo cooptado y eso incluye carreteras, entonces hacer trabajo de campo es, a veces, peligroso, se está volviendo un problema importante para avanzar. Estamos en el proceso de ver si es viable o no”, afirma.

 

La batalla de Otumba se dio después de la llamada “Noche triste”, cuando las tropas españolas y sus aliados huyeron de Tenochtitlan, llegando a Otumba el 7 de julio de 1520 donde fueron asediados por escuadrones indígenas.

 

Finalmente, el arqueólogo alista una nueva publicación sobre los costos de la guerra Mesoamericana en términos de alimentación y movilidad de tropas.
“Utilizaremos toda la información arqueológica, bioarqueológica, histórica y paleobotánica de la infraestructura económica del imperio azteca y trataremos de cruzarla con programas digitales de visualización de la información para conocer los costos de la guerra”, concluye.

 

 

 

FOTO: Páginas del Códice Mendoza con los rangos militares y las formas de ascender según el número de prisioneros que capturaban. Crédito de imagen: Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies

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