El humo y las palabras después del desastre: entrevista con Gabriela Alemán

Ago 26 • Conexiones, destacamos, principales • 1396 Views • No hay comentarios en El humo y las palabras después del desastre: entrevista con Gabriela Alemán

 

La escritora ecuatoriana radicada en Paraguay habla sobre los pasajes oscuros de ese país, que ambienta su novela Humo

 

POR JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA CONSUEGRA
A Gabriela Alemán, la escritora, y a la Gabriela que protagoniza Humo (Animal Extinto, 2023) las zarandean los recuerdos que aparecen desordenados, confusos. Alemán, integrante de la lista Bogotá39 en 2007 como una de las autoras latinoamericanas menores de 39 años más importantes, dedica su novela a recordar una parte de la historia de ese Paraguay de las guerras Triple Alianza y el Chaco, la dictadura de Alfredo Stroessner y la más reciente tragedia del centro comercial Ycuá Bolaños, en Asunción, donde murieron 400 personas al intentar escapar infructuosamente de las llamas, pues el propietario dio la orden de cerrar las puertas tras el comienzo del siniestro.

 

Desde una región donde las historias ocurren de la misma manera una y otra vez, y donde “se alzan los cimientos de algo que nunca prosperó”; en ese Paraguay y esa Latinoamérica donde los ciclos se repiten, Alemán construye una historia vivaz. Gabriela y Andrei, sus protagonistas, van y vienen entre el pasado y el presente a través de cartas, palabras en guaraní, lenguajes diversos y revelaciones que no siempre dan espera. Este Humo atraviesa la historia de un país que son todos los países, tan parecidos, nebulosos y eternamente sometidos a regímenes que no podemos disipar.

 

Es una conversación con la autora sobre su novela, las fábulas del lenguaje y su trabajo como escritora y editora de El Fakir.

 

Humo tiene origen en la tragedia que ocurrió en un centro comercial de Asunción y eso trae a la memoria algo similar en la discoteca Cromañón de Buenos Aires, donde murieron 194 personas y el caso quedó casi impune. Uno siente que en nuestros países hay este especie de ciclos…

 

Aunque en lo de Cromañón sí fue alguien a la cárcel. Hice esta novela porque sentía que tenía una deuda con Paraguay. Llegué de diecisiete años y viví durante tres allá. De lo que me di cuenta es que no sabía nada de ese país. Desde que me fui de allá seguí buscando libros para ir armando esta historia de las misiones jesuitas, la fundación de ese país utópico, la llegada de la hermana de Nietzsche, la fundación posterior de ese otro país fascista y toda esa historia que son una especie de capas que tienen que ver mucho con lo que ocurre en América Latina, pero en el caso de Paraguay, mil veces más desconocido. Cuando vi la noticia del incendio… creo que a nadie se le ocurre en ningún otro país de América Latina dar una orden así. Una cosa es que ante un incendio la gente muera tratando de salir, y otra es que deliberadamente se cierren las puertas, que la gente esté pidiendo salir y los guardias no hagan algo. Es el peso de una historia que nunca desapareció. En efecto, hay estos ciclos: parece que ya entra la democracia y va a haber unos cambios irreversibles, y resulta que caemos otra vez en lo mismo. Si uno ve la historia de Paraguay, el Partido Colorado ha gobernado casi ininterrumpidamente durante un montón de años. Sí hubo una dictadura de Stroessner de 35 años, pero el Partido Colorado es como ese humo que cae sobre todo Paraguay y nunca acaba de llegar un viento para llevárselo. Este libro nació un poco de intentar que el resto de América Latina —y donde quiera que caiga el libro— vea a través del humo ese país tan enorme, desconocido y representativo de lo que ocurre en este continente. Cuando lo publiqué en 2017, Colombia estaba en lo de la firma de la paz y se leyó como un libro del posconflicto; salió el libro de Claudia Hernández que es el posconflicto salvadoreño, y esto nunca se acaba. Claro, pasaron cinco años y eso ya tiene otra lectura, ya no es el posconflicto. Son, efectivamente, esos ciclos.

 

¿Usted siempre pensó Humo para escribirla como novela, o en algún momento consideró esta historia para una crónica?

 

Después de que escribí Humo regresé a todo lo que he escrito antes y, de alguna manera, apareció Paraguay. Mientras la estaba escribiendo, me tomó mucho tiempo encontrar el tono para la voz; supe de la historia de la hermana de Nietzsche (Elisabeth) y me pareció delirante. No había encontrado una larga crónica hablando de eso, aparte de la obra de un inglés que traducía las cartas, pero no era una historia de eso. Entonces me fui a Nueva Germania y escribí una crónica larga sobre ese meandro, que de alguna manera aparece también en Humo, pero que sentía que debía narrarlo desde la no ficción. Todo lo que aparece ahí ocurrió realmente y en Humo hay mucho de eso, pero me parece que la literatura da un aire distinto para respirar una realidad de otra manera. Esa historia no la podía contar en una nota periodística o una larga crónica porque era demasiado duro. Son 400 personas, y de alguna manera esos gritos y todo lo que no escuchamos porque cerraron esas puertas, son la historia del Paraguay. La primera versión que escribí sólo era sobre el centro comercial y ahí me di cuenta de que necesitaba entrar el contexto para entender qué había ocurrido; ahí fue creciendo. Es imposible hablar de Paraguay hasta el día de hoy sin hablar de Stroessner, pero no quería hacerlo desde la figura totémica y anquilosada de un dictador, sino hablar de sus comienzos, que estaban ligados a esa otra guerra inentendible que tenía que ver con compañías transnacionales.

 

¿Cómo han recibido los lectores esta novela? Usted es ecuatoriana, escribe una historia que transcurre en Paraguay, aparece Bolivia con la guerra del Chaco, el personaje Andrei es húngaro… ¿La gente se está reencontrando con una parte de su historia que no conocía?

 

Cuando la novela por fin tomó su forma, yo quería que llegara a Paraguay. En América Latina son difíciles los circuitos de circulación de libros, pero allá son todavía más complicados. Tuve la suerte de que una editorial paraguaya publicara el libro; encontré que es una época de la que, de una manera extraña, no se habla mucho. No hay 20 novelas sobre Stroessner, no hay textos de historia sobre esa época, no hay ese revisitar como sí ocurrió con la dictadura argentina, que encuentras docenas de películas desde hace 40 años y donde todavía se sigue hablando de eso, como para procesar qué carajos pasó ahí. Era extraño que yo, que no nací allá, llegara a hablar de eso, tomando distancia para hablar de algo que tal vez todavía no te animas porque no te das cuenta de que esa presión sigue ahí, y que la autocensura es mil veces más difícil de sacudírsela que la censura en sí. Fueron varias generaciones de paraguayos que nacieron bajo ese régimen. Por eso también quería tanto que se publicara en Paraguay, si alguien de afuera lo hace, ¿por qué no vamos a hablarlo nosotros mismos? Algo que fue muy lindo es que cuando salió en Paraguay también la publicó El Cuervo en Bolivia; viajé allá y hablé con la gente. La idea de esa novela en ningún momento era tomar lados; estaba contándola desde Paraguay pero fue una guerra inútil, como son todas las guerras en el mundo, y creo que la gente entró más en contacto con el pasado boliviano, con la guerra del Chaco. En Ecuador tuve varios encuentros con clubes de libros y al final me contaban que mucha gente, luego de terminar el libro, iba y googleaba. Siempre tengo ahí atrás esa frase, que he oído mil veces, que un libro no cambia nada.

 

La gran mentira que nos han vendido…

 

¡Sí cambia! Cambia a las personas, y las personas son las que cambian el mundo al imaginarlo distinto. No digo que un libro va a hacer que cambie la política de Paraguay, pero ese hablar e imaginar algo distinto permite abrir ideas a otras cosas. Sentí que se abrió un diálogo. Es como que abres una ventana y entra el viento. Eso me hizo pensar: ¿por qué estamos tan desconectados?, siempre mirando a otro lado, pensando que todo es “mejor” y “más civilizado” cuando podemos crear algo desde acá. Algo de lo que fui muy consciente en el libro, al meter a todos esos húngaros y croatas, y a esa Gabriela que no sabes de dónde es, pero no es paraguaya, es lo conectados que estamos, y cómo de alguna manera en estos últimos años están volviendo esos nacionalismos que cierran puertas, que impiden que lleguen cuerpos y otras maneras de pensar. Mientras escribía el libro comenzaron esos viajes masivos de sirios y libaneses, y los movimientos en el Mediterráneo. Humo está cruzado por esos viajes de barco, los choques de códigos lingüísticos y culturales que uno no acaba de entender, pero que tampoco es necesario entenderlo todo. Una de las capas de cebolla de la novela es la amistad, en la que a veces el idioma y la comunicación ni siquiera son suficientes pero tampoco necesarias; el silencio es suficiente si se comparte.

 

Sobre este asunto del lenguaje, el traductor de su novela al inglés quería poner un glosario al final del libro para las palabras en guaraní y usted se opuso, bajo esta idea que no estamos obligados a entendernos completamente. ¿Cómo trabaja ese lenguaje que atraviesa todas las capas?

 

El aprendizaje fue enorme. La persona que está narrando esa historia obviamente no es paraguaya pero está en Paraguay, y la historia comienza en Argentina. Se trataba de dejar filtrar ese lenguaje con un sureño, que es tan distinto a lo que hablamos acá y tan distinto del español de España que aprenden los europeos… Es una cuestión de reacomodar, porque uno reacomoda la lengua y las acciones cuando se enfrenta a un idioma. Algo que me ha ocurrido cuando hablo otros idiomas es que, de alguna manera, eres otra persona: te cambia el tono y ganas o pierdes confianza porque no te sientes seguro, entonces comienzas a escuchar más, a relacionarte de otra manera con el mundo porque tienes que simplificar el lenguaje, y el lenguaje a veces también complica. A lo largo de la escritura de esta novela yo intentaba hacer más clara la idea de que es imposible que todos nos entendamos al cien por ciento. Tu concepto de una palabra es completamente distinto al mío; el mío abarca mi mundo, el tuyo abarca el tuyo. El tono de voz, cómo dices las cosas, esto de la tecnología, los aparatos, los Zoom, hacen que muchas cosas se vayan perdiendo; se va reemplazando esta comunicación que tiene que ver con tensiones, con aire, con lo que pasó en la mañana. Todo queda a mitad de camino, el sentido es distinto. Algo que justamente intenté es que, cuando aparecen frases en guaraní, por el contexto pudieras entender qué estaba ocurriendo, pero había otras que si no las entiendes… pues así es el mundo.

 

Es que el lenguaje es conflictivo y eso lo muestra la novela.

 

Claro. Por eso también me resuena ese sentido que te han machacado hasta la saciedad y que ya ni siquiera lo piensas, de que el mundo occidental lo entiende todo y el resto del mundo se tiene que hacer entender. El español y las lenguas indoeuropeas tienen una construcción supuestamente más clara, mientras que el guaraní está armado con base en metáforas. La poesía de verdad te hace abrir otros canales al mundo. Por eso me pareció que intentar meter eso, cruzarlo dentro de una guerra y además cruzarlo dentro de una dictadura, era tratar de entender que a pesar de todo lo que nos ocurre a los latinoamericanos, a los africanos, los de Medio Oriente, los europeos, los de Oceanía, uno sigue viviendo, se sigue enamorando, se sigue enfermando, naciendo y muriendo, a pesar de que estés aplastado. Sí, hay cosas terribles, pero dentro de ese horror siguen floreciendo las plantas y se siguen muriendo. Puedes mirar un mundo que no es solo oscuridad, sino que también tiene estos momentos de luminosidad que tienen que ver con la conexión entre las personas, y eso solo se da a través del lenguaje; es la única manera de construir el mundo. Mientras iba escribiendo el libro sentía que estaba construyendo algo muy concreto que luego se volvía aire en mis manos, y ese es el sentido del final: las palabras son importantes pero caen en las manos de otros y cada uno da el sentido que quiere al mundo. Cada uno tiene que armar su sentido de la vida dentro de su cabeza; hay cosas que se pierden y otras que se sedimentan.

 

Con novelas como la suya uno siente que cada vez más la literatura está asumiendo el lugar de contar esas historias que otros ya no cuentan, ¿es así?

 

Me parece que hasta hace muy poquito había un rechazo a lo que había ocurrido en las décadas del 30 y 40, a todas esas novelas que nos crearon como naciones. Después llegó el Boom, que dejó entrar el mundo de afuera, y luego el rechazo al Boom, esa literatura supuestamente panfletaria, pues si tú miras desde un punto de vista y estás adoptando ciertos géneros para contar algo, estás sacudiendo algo que estaba anquilosado y que asumías como una verdad, y de pronto esa verdad tiene un montón de gusanos de allá abajo, y hay todo un mundo de cultivo y de tierra negra que se ha tapado, eso te puede permitir ver de otra manera; no es algo panfletario. Creo que eso sí está ocurriendo en la literatura latinoamericana últimamente: repensar cosas que ya se habían dado por pensadas, y eso está cruzado con la historia.

 

¿Cómo ha sido su trabajo como cofundadora de la editorial independiente El Fakir?

 

Me parece muy saludable que hayan surgido tantas editoriales; ya van quince años de esto, de publicación de autores locales y, a la vez, mirando lo que ocurre en el continente. Todavía hay inmensos problemas de circulación de libros debido a las barreras y los choques burocráticos de las aduanas, más que otra cosa. Hasta ahora lo que funciona es que hay ferias de libros, que por suerte, ya están más establecidas y a ellas llegan una editorial de Bolivia, una editorial peruana, una mexicana a Guayaquil, a otras ciudades; eso permite la circulación de los libros, aireando lo que pasa en la región. En El Fakir creamos un premio que permite que el libro ganador circule en nueve países, llegue a nuevos lectores y no tenga la dificultad de cruzar fronteras; es un proyecto lindísimo.

 

 

 

FOTO: Gabriela Alemán es editora de El Fakir, editorial independiente en Paraguay.

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