El que pregunta no se pierde: Caparrós

May 9 • Conexiones, destacamos, principales • 2753 Views • No hay comentarios en El que pregunta no se pierde: Caparrós

 

POR: VICENTE ALFONSO

 

 

“La Argentina es una entelequia: casi tres millones de kilómetros de confusiones, variedades, diferencias, inquinas y un himno una bandera una frontera mismos jefes y, a veces, mismos goles. La Argentina es el único país al que nunca llegué”, escribe Martín Caparrós en El Interior, volumen de casi setecientas páginas que ya circula en España y México bajo el sello de Malpaso.

 

            Con más de una decena de libros publicados, Caparrós es una voz imprescindible de la literatura actual, aunque es probable que, acostumbrado como está a cuestionarlo todo, este hombre saque su revólver apenas oiga el término imprescindible. Porque Caparrós es, ante todo, un profesional de la duda o, como se llama a sí mismo, un insatisfecho (“Los que viajamos somos los que pensamos que nos falta algo”, reflexiona en el libro que motiva esta entrevista).

 

            Por eso, porque sabe que la duda es mejor motor que la certeza, Caparrós cuestiona el entorno, se cuestiona a sí y se cuida de alojar ideas preconcebidas como la noción de Patria, palabra rimbombante que en realidad no significa nada. Prefiere tomar la carretera y prestar atención a todo, como un cazador que nunca ha visto a su presa. Porque, como él ha escrito, “el periodista, en general, sabe qué está buscando; el cronista sólo puede estar atento y esperar”.

 

 

           

“Viajar es un ejercicio de la escucha”, escribe usted en el capítulo inicial del libro ¿Cómo aprendió a escuchar?

Convenciéndome de que casi cualquier cosa que casi cualquiera diga encierra un misterio que vale la pena tratar de desvelar. Escuchar es un acto de confianza en la humanidad, supongo, y, sin embargo, o por eso mismo, hacerlo me da tanto gusto.

 

 

 Para hacer crónicas también es necesario saber recordar y saber preguntar. ¿Cuál es su relación con estos verbos?

Son los dos verbos básicos, supongo. Cuando te escucho preguntar por la palabra preguntar me acuerdo de mi abuela, que siempre me decía que el que pregunta no se pierde. Y a partir de ahí ya aparece una historia, su padre ruso migrando a la Argentina de principios de siglo, su marido polaco y solitario, ella misma farmacéutica pionera en 1925: preguntar, recordar, preguntar más y seguir recordando.

 

 

“El interior es una imagen falsa”, insiste el cronista de El Interior en tanto que las provincias de la Argentina no son una colección de postales con motivos bucólicos. Eso hermana a toda América Latina. ¿A qué Se debe que siga tan arraigada esta visión?

Es la clásica pereza del pensamiento –no sólo latinoamericano. Es más fácil imaginar el mundo como una colección de postales que tratar de averiguar cómo es realmente. El cliché tranquiliza, anestesia, te evita tener que recordar y/o preguntar. Y más cuando se trata de tu propio país: nada te ofrece tanto lugar común como tu lugar más común, el tuyo propio. La nacionalidad –la idea de patria– es la cumbre de la repetición bobita.

 

 

Hablemos de Erre, el automóvil que es co-protagonista del viaje. Pienso, por ejemplo, en Fafner de Los autonautas de la cosmopista. ¿Por qué la decisión de incluir el vehículo a manera de personaje?

Porque, en un libro hecho de personajes que entran y salen sin parar, el Erre era el único que iba a seguir estando conmigo a lo largo de todo el recorrido. Pero convengamos en que es un personaje muy agradecido, que sirve para darme algún pie de tanto en tanto y cuatro ruedas todo el tiempo.

 

 

“Hay alfabetos ocultos en todas partes”, escribe usted y capítulos más adelante insiste: “pienso en la cantidad de palabras que no se dirigen a mí o que no entiendo”. ¿Es esta aceptación del desconocimiento el primer paso para aprender a escuchar?

¿Para qué serviría salir de tu casa sino para comprobar tu propia ignorancia? Por supuesto que también se la puede constatar muy bien sin ir a ningún lado, pero hacerlo en el camino resulta más fácil, y más interesante. Y sigo creyendo que la ignorancia es la mayor riqueza, la mejor herramienta que uno tiene –siempre que quieras y sepas usarla.

 

 

¿Cómo fue su relación con Tomás Eloy Martínez? ¿Entre sus libros cuáles destacaría?

Primero lo leí con fruición; después fuimos muy amigos. Me interesan sus libros en general, pero sigo creyendo que Lugar común la muerte es uno de los grandes libros en castellano de las últimas décadas.

 

 

¿Hay diferencias en su proceso de trabajo cuando escribe ficción que cuando hace periodismo?

Las diferencias son obvias, sí, en la preparación: no es lo mismo tener que salir o que entrar para averiguar los infinitos detalles de un asunto que sentarse en tu escritorio a ver qué se te ocurre. Y, por lo tanto, el proceso de escribirlo también es diferente. Pero siempre intento encarar la escritura, la prosa en sí, sin diferencias.

 

 

En su texto “Por el estilo”, usted dice que el oficio de escribir es un ejercicio muy simple, que consiste en elegir palabras. ¿Es una de las misiones del periodista fomentar el buen uso del lenguaje?

No sé si es “misión” de nadie. Yo, en general, cuando escucho la palabra misión saco mi revólver. Pero sí debería ser su primer orgullo: saber escribir, sacarle al mármol todo lo que le sobra. Parece obvio pero no lo es. Aunque yo no hablaría de corrección: no me interesa la corrección –la sumisión a un conjunto de reglas– sino cierta idea de la belleza. Ése es el desafío. Y si después hay quienes usan esos textos, quienes los copian y mejoran, pues tanto mejor. Pero yo no creo tanto en la pedagogía; creo en el orgullo.

 

 

Su libro El Interior exhibe una de las estrategia frecuente de las clases políticas en los países de Latinoamérica: el clientelismo. ¿Cómo romper este ciclo que, dicho sea de paso, también afecta a los intelectuales?

Eso de que el clientelismo también afecta a los intelectuales es una lectura mexicana. En la Argentina, en general, el Estado era tan bruto que nunca pensó que valiera la pena comprarse intelectuales. Aunque, últimamente está empezando a hacerlo, pero nada comparado con el gran sistema de cooptación que tienen ustedes. En cualquier caso, supongo que se rompe como debería romperse casi todo: creando estructuras políticas que no dependan de la voluntad de unos cuantos elegidos que pueden hacer con sus supuestos mandatos lo que se les canta.

 

*FOTOGRAFÍA: El periodista y escritor argentino es autor de otros libros de crónicas, como Larga distancia, La guerra moderna y Una luna / Germán Espinosa/EL UNIVERSAL

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