Esther Seligson; de vuelta a la intimidad: entrevista con Geney Beltrán Félix

Ago 26 • Conexiones, destacamos, principales • 1410 Views • No hay comentarios en Esther Seligson; de vuelta a la intimidad: entrevista con Geney Beltrán Félix

 

Quien fue editor y hoy albacea de su obra evoca dos publicaciones que marcan el legado de la autora, Otros son los sueños, editado por la UNAM, e Islas a la deriva y otros poemas, del FOEM; ambas publicaciones a cargo del crítico salieron a la venta con meses de diferencia

 

POR DONOVAN KREMER
Hace 50 años Esther Seligson recibió el Premio Xavier Villaurrutia por la novela corta Otros son los sueños, el galardón terminó definiendo su carácter autoral —y toral— dentro de un medio literario que, para la época, congraciaba la facticidad por sobre la morosidad narrativa; en 1969 ya había publicado un libro de relatos Tras la ventana un árbol. Esta novela, de corte intimista, presenta a una mujer sin identidad que huye a bordo de un tren tras una separación amorosa. Durante el trayecto la protagonista realiza otro viaje hacia los recuerdos y la imaginación, hacia imágenes hechas a través de pasajes bíblicos y parajes de su infancia.

 

No se nos resuelve el destino ni el porqué de la huida; tampoco hay una ambientación detallada, la psicología del personaje no es definida por ningún medio, sólo pesa la invención, las siluetas del destino, incierto, que transitan entre la bruma onírica. La prosa recuerda al verso libre, por eso es descrita como una novela lírica, experimental, de carácter híbrido. Esta obra, junto a otras, conserva una orientación que es difícil de encasillar en las categorías convencionales de los géneros: los textos de Seligson pugnan con la tradición y entre cada uno también son notorias las rupturas; entonces se comprende su evolución como autora.

 

Dicha evolución es perceptible en el volumen Islas a la deriva y otros poemas, una antología publicada por el Fondo Editorial del Estado de México, proyecto del que se encargó Geney Beltrán Félix, como también lo estuvo para la edición de la UNAM de Otros son los sueños; ambas salieron a principios de este año. Como crítico literario, editor y albacea del legado de Esther Seligson, Geney comparte pistas del tesoro que representa la autora mexicana de origen judío y la obra que construyó, ligada a las vivencias y los viajes que emprendió, y la cual ha procurado conservar, promover y admirar, a 13 años de la muerte de la escritora.

 

Si en Otros son los sueños notamos a una joven narradora que apenas va confiriendo de interioridad las relaciones con el mundo abierto (Esther acababa de pasar los 30 años cuando ganó el premio), en Islas a la deriva… se asienta la mujer que acepta su destino y la incertidumbre que esto conlleva, así como el misterio del mito que trata de explicarnos sin devolver las preguntas planteadas. “Estos dos libros muestran la vigencia de Seligson —acota Geney—, marcan dos géneros y épocas distintas: la juventud y la vejez”.

 

Sin embargo, todas estas características de contenido, como las de forma —la obra de Esther se fue publicando a lo largo de las décadas en sellos universitarios, en editoriales independientes con tirajes reducidos—, hicieron que en su tiempo su obra no alcanzara la promoción debida, algo en lo que también influyó el carácter de Seligson, “pues como escritora le generaba dudas sobre su propio valor, era muy autocrítica”, comenta Beltrán, quien se dice gratificado de que Seligson despierte el interés de nuevos lectores, editores y críticos; conoce los espacios donde se lo han dicho. ¿Y en él qué despierta?

 

“Cada vez que regresó a los temas de Esther confirmo que se trata de una escritura profunda, intensa, auténtica. Su voz, a pesar de mantenerse en los márgenes del mundo literario, resonó con una fuerza potente que conecta con la intimidad, en el territorio de las pasiones y emociones. La escritura, para Esther Seligson, era tan necesaria como respirar o convivir con los demás, era una manifestación de su identidad y del deseo de entender el mundo, la condición humana, una resonancia de sus vivencias; eso explica mi apego como lector; cuando acudo a Esther siempre encuentro nuevas asociaciones”.

 

Pero la expedición de Esther Seligson no se remite sólo a la narrativa y poesía, también escribió múltiples ensayos dedicados a sus lecturas, a sus autores preferidos, como Elena Garro, Katherine Mansfield, Francisco Tario, Edmond Jabès, Virginia Woolf, Clarice Lispector, etcétera; era estudiosa de Emil Cioran, fue la primera traductora al español del filósofo rumano; se desempeñó como una crítica de teatro consolidada. Esas inquietudes iniciales demostraron el cariz de la autora, renovador. Los tomos de ensayo y crítica teatral se encuentran en La fugacidad como método de escritura (1988), El teatro, festín efímero (1989), Escritura y el enigma de la otredad (2000), A campo traviesa (2005) y Escritos a máquina (2011).

 

¿Qué representan hoy estos dos libros en la obra de Selisgon?

 

En la década de los 70 Esther estaba leyendo con mucho provecho y buena conexión a Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector, y sobre ellas escribió sendos ensayos, la mayoría publicados en la Revista de la Universidad de México, que recogió en libros posteriores, pero es en Otros son los sueños cuando se nota que el interés de Esther no era sólo como lectora, sino como escritora, por eso ella se desliga de la noción de trama, de la construcción psicológica del personaje, del flujo fabulador, para darle una estructura libre, que parece mimetizar más bien el flujo de conciencia de la protagonista por sobre los hechos que ocurren a su alrededor. La novela tiene un carácter confesional, biográfico y que nos habla de la búsqueda de una mayor autenticidad en las relaciones personales y amorosas, dinamitando las convenciones del matrimonio, de la estabilidad, de las expectativas sociales, eso nos habla de la vigencia de su obra hoy.

 

Islas a la deriva… es una muestra de la irrupción de Esther en la poesía a partir del año 2000, cuando estaba por cumplir 60 años, empieza con volúmenes breves que hablan de su interés de corte místico sobre la figura de la diosa madre, hizo viajes a la India y tenía una fijación con el pensamiento religioso, realizó ejercicio de meditación, y de ahí se desprenden estos textos (que componen la antología). Contrasta con Otros son los sueños porque para este momento su exploración es más depurada, sencilla, frente a la complejidad, una evolución manifiesta en lo místico y la depuración de la palabra.

 

¿Hay críticos y biógrafos que señalan que la incursión de Esther en la poesía se debió a la muerte de su hijo?

 

Hubo otro episodio anterior, la muerte de su madre en 1997, y a inicios del año 2000 fallece su hijo menor, Adrián Joskowicz, a partir de esto viaja a Lisboa, Esther creía seriamente que le quedaba poco de vida porque quedó trastocada profundamente, y escribe tiempo después un libro que se titula Simiente (2004), acerca de su duelo, que tiene una forma lírica, pero como es una obra unitaria no es antologable, pero esta exploración mística sí se acentúa por ambas perdidas. La muerte de Adrián la hizo revisitar la maternidad, un asunto que ha sido relacionado indisociablemente con la mujer, por supuesto desde siempre buscó un ejercicio heterodoxo de la misma, entonces sí hay la presencia de estas ausencias dentro de la depuración de su escritura. Y ese alejamiento de México, primero en Lisboa y luego en Jerusalén, donde aprendió la cábala, la acercan al terreno espiritual, del cual se burlaba también, decía que más que esoterismos eran “azoterismos”. La prosa y lírica de Esther posee la capacidad de aceptación de las mutaciones, porque, aunque escribió muchos poemas, muchos los desechó pues no cumplían con su función, ella era bastante autocrítica.

 

¿Cómo se dio la decisión de Esther de nombrarte el albacea de su obra?

 

Conocí a Esther en 2005 cuando entré como editor al Fondo de Cultura Económica (FCE), esta editorial acababa de publircarle una antología de sus ensayos A campo traviesa, y a mí me tocaba cuidar la antología narrativa, publicada el siguiente año, Toda la luz. Ella estaba de visita en México, intercambiamos contactos, regresó a Israel y frecuentamos vía telefónica, porque no le gustaba usar correo electrónico. Le dimos seguimiento a la edición. A finales de 2006 regresó definitivamente al país y se estableció en un departamento de la colonia Juárez, en la calle de Liverpool casi esquina con Nápoles; para entonces ya había dejado el FCE, ingresé al Programa de Becas y Formación de la Fundación para las Letras Mexicanas, estábamos a tres cuadras de distancia, retomamos el contacto presencial, fue mi maestra en la Fundación en dos cursos que impartió y a partir de ahí nos volvimos muy amigos. A otros becarios, junto conmigo, nos invitaba a su departamento a tomar café turco y galletas mientras hablábamos de literatura, de religión, de política, etc. Me convertí en su amanuense digital porque no usaba computadora; transcribía sus textos, los enviaba a las revistas, ella publicaba algunas reseñas de teatro, ensayos literarios y cuentos. Cuando Esther supo que tenía un grave problema de salud, me invitó a desayunar para plantearme que cuidara de su obra después de su muerte. Pensé que estaba bromeando, que le quedaban bastantes años de vida. Durante esos años que nos conocimos, hubo una amistad intensa de maestra a alumno, que en primer término partía de mi admiración por su obra, antes de entrar al Fondo no la había leído, y cuando lo hice quedé fascinado. Me preguntaba cómo es que no se conocía más de su escritura. Soy uno de sus porristas principales.

 

La obra de Esther ha quedado en silencio tras su deceso, como buena parte de las autoras del siglo XX. En su caso, ¿se debe al contenido de su obra, alejada de temas coyunturales como la crítica social y política?

 

En primer término, pensaría en el temperamento de Esther y su relación con el medio literario, ella era muy tímida a la hora de promover su obra, le entraba una gran angustia, que viene ligada a la inseguridad porque desconfiaba de su talento, de cumplir con expectativas propias: publicaba donde había la oportunidad, sobre todo donde encontraba gente que la admiraba; por ejemplo, José María Espinasa fue su editor durante mucho tiempo en la UAM y en Ediciones Sin Nombre, y cuando publicó en el Fondo fue debido a que Consuelo Sáizar, entonces directora general, admiraba la obra de Esther y se dio cuenta que era un acto de justicia publicarla. Seligson no habría buscado eso, le resultaba estresante. En ese sentido, ella era introvertida y demasiado franca, tuvo roces con diversos escritores y argumentaba su discrepancia: una combinación extraña y paradójica; fue crítica de teatro y era muy dura, exigente, respetable y temida. Eso explica que no se hubiera incorporado al medio literario. No tenía un carácter diplomático que le permitiera abrirse puertas.

 

Es importante porque se trata de una mujer, y además de una mujer judía, para la época se tendía a ver por encima del hombro la escritura de las mujeres como si se ocuparan de asuntos menos importantes a diferencia de la política o la crítica social, presente en escritores varones. La escritura intimista de Esther fue una que retoma los mitos hebreos, los personajes homéricos, es algo distante de la realidad social y política de México, y aunque tenía sus opiniones al respecto, no eran fundamental para su obra. Ella aceptaba que su destino era marginal y que si tendría lectores sería tras su muerte, a mí me lo dijo así. Su obra es inquieta en términos de géneros literarios: sus novelas Otros son los sueños y La moral en el tiempo (1981) no son las que podamos identificar con una tradición popular, con convenciones, han sido llamadas novelas líricas por ese rechazo de la facticidad. Hay textos narrativos breves que llamaríamos cuentos o relatos que son muy díscolos frente a la expectativa del cuento redondo; por el contrario, tienen una estructura libre, se le puede considerar una autora de narrativa experimental, con una visión disruptiva de los géneros literarios, que buscaba la irrigación, pero al mismo tiempo ella no hacía el esfuerzo de defender esa propuesta literaria, de manera programática, para abrirle camino a sus textos, explicar qué se está haciendo, como lo hicieron Edgar Allan Poe, Baudelaire, Octavio Paz entre nosotros, ella no lo hizo. En sus ensayos prefiere hablar de sus autoras imprescindibles y de una manera oblicua uno puede entender que está justificando su propia búsqueda literaria; en última instancia, Esther no tenía una visión militar de la carrera literaria, de ir avanzado y quemando tapas, invadiendo y conquistando territorios.

 

Esther rechazaba ser considerada una escritora judío-mexicana y también feminista, incluso se negó a ser antologada entre textos de mujeres solamente. ¿Qué enseña esa postura frente a la tendencia actual de etiquetar no sólo la obra sino al escritor mismo?

 

Es que asumir una etiqueta implica una delimitación de la identidad literaria, se le impone al lector a que lea sólo a través de esas gafas. Esther en su juventud fue crítica de la identidad judía hasta que en algún momento se percató de que era un tema interesante, comenzó a investigar y se volvió una erudita de la cultura judía. La moral en el tiempo aborda la historia de la relación del judío con Dios, y aun así Esther era eclíptica, no quería sentirse encerrada bajo una piel, por eso comentaba que cada siete años uno se transforma, sufre una mutación, quieras o no, empezando por lo corporal: las células mueren y nacen, y uno debe aceptarlo. Manifestaba ese cambio incluso en sus lecturas, también en sus viajes: tuvo la oportunidad de vivir largas temporadas en varios países, este aparecer y desaparecer forma parte de su escritura, y esto explicaría el por qué ella era reacia a que la metieran en un corral donde sólo podría ser de una manera, ella guardaba un espíritu de libertad, cada que se sentía enclaustrada, siempre se rebelaba.

 

 

 

FOTO: Retrato de Esther Seligson en su residencia en la Ciudad de México hacia 1991.  Crédito de imagen: Rogelio Cuéllar

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