Graciela Iturbide: la vida en blanco y negro

Oct 15 • Conexiones, destacamos, Reflexiones • 3118 Views • No hay comentarios en Graciela Iturbide: la vida en blanco y negro

 

Premiada este año con el William Klein de la Academia de Bellas Artes en Francia, la célebre fotógrafa hace un retrato hablado de sí misma en una conversación en la que aborda su gusto por la literatura del Siglo de Oro, el cine, la comida, el placer de la soledad, sus amigos más cercanos y las historias detrás de algunas de sus imágenes más famosas

 

POR URIEL DE JESÚS SANTIAGO
Aunque su maestro Manuel Álvarez Bravo siempre le dijo: “Hay tiempo, hay tiempo”, para la fotógrafa Graciela Iturbide, no lo hay. Ella siempre está de compromiso en compromiso, revisando negativos, planeando un nuevo libro o exposición. Recientemente le fue conferido el Premio William Klein por la Academia de Bellas Artes de Francia, en alianza con el Museo de la Imagen Contemporánea de Chengdu.

 

Me recibe en su estudio en Coyoacán. Una noche antes ha llovido y aún hay charcos por las calles empedradas del barrio del Niño Jesús. “Qué bueno que llovió, por mis plantas”, exclama al mostrarme su jardín. Lleva puesto un vestido corto de color blanco; aunque su día comenzó a las 5:30 de la mañana, aún trae el cabello mojado, se le fueron las horas revisando sus negativos en casa y apenas está llegando a su estudio.

 

Ella es dispersa, habla de un tema, luego recuerda otro y cambia; sus amigos ocupan un lugar central en su memoria y ha ido moldeando pequeños altares para ellos, vivos y muertos, seres que con charlas, vivencias y tiempo la han ido conformando. Siempre viajando y con el ojo avispado, son ahora las piedras, la tierra y los volcanes lo que ocupan su lente.

 

Ha dicho que quería ser escritora. ¿Imagina lo que hubiese escrito?

 

De chiquita leí Mujercitas de Louisa May Alcott, y decía: “Ay, quiero ser escritora, quiero estudiar en una universidad”. Cuando le conté a mi papá, me respondió: “¿Cómo crees que una mujer va a ir a la universidad?” Creo que también por eso me casé tan joven, porque el papá de mis hijos era una persona más liberal.

 

¿Su salida fue el matrimonio?

 

Sí, fue como mi salida, ya por lo menos tenía libertad. Primero tuve a mis tres hijos y te tienes que dedicar a ellos, pero ya que eran más grandecitos empecé a estudiar cine.

 

¿Y de verdad no escribe nada? ¿Ni un diario?

 

Escribo mis sueños, nada más que no encuentro mi cuaderno y ahorita estoy haciendo otro. De hecho, cuando me psicoanalicé por la muerte de mi hija, porque es algo muy duro, me ayudó a grabar mis sueños que eran bonitos y poéticos: unos tremendos, pero algunos buenos.

 

En el libro Graciela Iturbide habla con Fabienne Bradu (La Fábrica, 2003), usted cuenta que ha tenido un sueño recurrente en el que se quema su estudio con todo y negativos…

 

En mi sueño veo que se están quemando y digo: “¡Qué horror! ¿Qué voy a hacer?”, lo maravilloso de ese sueño es que La señora de las iguanas y La mujer ángel, que son las que más me piden, salían caminando. “Ay qué bueno, se perdieron los celuloides, pero no mis personajes”, decía.

 

¿Por qué cree que el fuego sea un temor recurrente en los creadores?

 

Toco madera (risas), yo nada más tuve ese sueño, no sé si porque me estaba separando o por qué, pero me encantó que los personajes salieran caminando.

 

***

María Graciela del Carmen Iturbide Guerra creció en una familia de quince integrantes. Trece hermanos en total, más los amigos que diario se congregaban en torno a la mesa. Cada semana recibía la revista Life en su casa y ella disfrutaba ver los reportajes fotográficos. “En mi familia todos mis hermanos tenían un animal, había perros, gatos, pajaritos, camaleones, serpientes de agua; abrías los cajones y salían las serpientitas. A todos les gustaban mucho los animales, yo no tuve más que un cotorrito que me duró poco tiempo; todos tenían una mascota menos yo”.

 

Nació en 1942, en la colonia Polanco que recién emergía. Había milpa e iba con su mamá por fresas silvestres. Luego, la familia se mudó unos años a Guadalajara y unos más a Aguascalientes, al rancho de su abuelo, una casa muy bonita de tres patios donde ordeñaba vacas, montaba a caballo para ir al río y portaba las coronas de flores que su madre le hacía. Después, volvieron a la Ciudad de México, a vivir en la colonia Anzures; para entonces ella tendría doce años.

 

¿A esa edad tuvo su primera cámara?

 

Tenía una cámara chiquita, una Brownie que de tonta se la presté a mis hijos cuando eran pequeños y me la destruyeron; me hubiera gustado seguirla teniendo. Fue una infancia feliz, pero también en el internado fui feliz.

 

¿Fue contrastante pasar de una familia numerosa a un internado para señoritas?

 

Pues me gustó, fíjate. Después de estar en una familia de trece niños donde todo es “mamá esto, mamá lo otro” estar en el internado Sagrado Corazón con varias alumnas, pero con las que no podías hablar más de diez minutos al día, me sirvió mucho. Me hice aficionada a la lectura.

 

¿Qué leía?

 

Todo el Siglo de Oro español porque era una escuela religiosa donde no tenías acceso a literatura contemporánea. Desde Cervantes a Góngora, a todos ellos, era lo que me encantaba.

 

Su papá fue fotógrafo aficionado. ¿Llegó a ver la fotógrafa en que se convirtió?

 

Era un fotógrafo aficionado, guardaba las imágenes que nos tomaba en un chifonier y yo me las robaba, por lo cual tuve varios castigos. Él sí llegó a verme, pero no creas que le hizo mucha ilusión porque si no me dieron permiso de ir a la universidad a estudiar literatura, imagínate cuando anduve fuera en los pueblos originarios; mi papá murió más o menos joven, entonces nunca supe si le gustaba o no, nunca me dijo nada. Ahora son mis sobrinas las que quieren ser fotógrafas y un poquito como que con ellas se compuso la cosa. Les digo que hagan lo que quieran, por suerte, ya es una generación diferente; mi familia sigue siendo muy conservadora, aunque más liberal que cuando me tocó a mí.

 

***

El sol entra en diagonal por su ventanal, el cabello mojado de Graciela comienza a esponjarse. Hor, el bulldog francés que la acompaña, se echa en el sillón a un lado de la fotógrafa.

 

¿Ha tenido más mascotas aparte de Hor?

 

Sí, tuve a Orión, un perro precioso, un pastor alemán que me acompañaba mientras yo revelaba. Me acompañaba al súper, al banco, a todos lados. Pero eso fue de casada, luego me divorcié del papá de mis hijos; me dio mucha tristeza porque lo tuve que dejar, pero, en fin.

 

Cuénteme del cotorrito que tenía de niña…

 

Mi papá es de Michoacán y tenía unas tías abuelas que íbamos a visitar seguido, a ellas todavía les tocó una casa muy bonita enfrente de la Catedral y desde su ventana se podía ver más o menos donde daba misa el padre, así que te podrás imaginar de qué familia vengo. Fuimos a Pátzcuaro, nos compraron un rebozo purépecha azul que todavía tengo y me compré al periquito que siempre traía conmigo.

 

Tuvo también una iguana, ¿no?

 

Mi iguana me la regalaron. Vivía en un departamento chiquito ahí por Universidad. Tengo fotos de ella que le tomaba asomándose a mi retrato de las iguanas; pero un día empezó a dar vueltas alrededor mío y se murió. A lo mejor no le daba lo adecuado, le daba manzanas y cosas que, a lo mejor, las iguanas no comen.

 

***

Iturbide ingresó en 1969 a estudiar cine en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, durante esa etapa realizó el corto Duelo con la muerte sobre José Luis Cuevas, que permaneció en el tintero y recientemente lo ha podido recuperar.

 

Cuando trabajó con Iñárritu en Babelia, ¿sintió nostalgia por el cine?

 

Justo con Iñárritu yo me cuestionaba: “Ay, por qué no fui cineasta”. Pero ahora que me están haciendo una película, que los veo con esas camarotas, pienso qué bueno que no lo fui: imagíname dirigiendo a tanta gente, yo que soy una persona solitaria; en el internado aprendí a amar la soledad, eso me sirvió mucho. Con Iñárritu si extrañé todo eso, pero qué bueno que no. Recién me regalaron una camarita y tiene para filmar, entonces me la llevaré de viaje y haré pequeños cortos a ver si todavía me acuerdo.

 

¿Cuál es su película favorita?

 

Nostalgia de Andréi Tarkovski, porque adoro a Piero della Francesca y su La Madonna del parto. Cada vez que voy a Italia, recorro Sansepolcro; en Nostalgia hay una escena donde la virgen abre su manto y salen miles de pájaros, entonces como tengo mucha relación con los pájaros, me emociono tanto.

 

Usted dice que la cámara es su excusa para conocer el mundo, ¿Avándaro representó esa primera oportunidad de toparse con otra realidad?

 

Siempre estoy consciente de ello, pero fíjate que Avándaro no me escandalizó como decían los periódicos; al contrario, vi a unos chavos que fumaban mota, pero era normal. Un par de encueradas que tenía fotografiadas y, sabes qué, me gustó; fue una manera de conocer otro ambiente al cual yo no tenía acceso.

 

***

A principios de los 70, la llamó al teléfono el pintor oaxaqueño Francisco Toledo, a los pocos días se reunieron en un café en la calle de Ámsterdam. Él le propuso hacer un proyecto de fotografías de Juchitán. “Primero era nada más una etapa en Semana Santa y me recibieron bien porque conocían a Toledo, pero se fue prolongando por seis años. Iba y venía, no podía estar más de quince días porque ahí todos los días hay fiesta, todos los días se bebe y todos los días se baila. Primero me quedaba en un hotelito frente al mercado, y luego en casa de una de las señoras”.

 

¿Podemos decir que Toledo es un personaje fundamental en su vida?

 

Toledo ha sido un poco después de Álvarez Bravo mi maestro, porque era un hombre tan inteligente, tan politizado, y que ayudó a tanta gente en Oaxaca. Platicábamos, me daba libros. Cuando yo iba a Europa, le traía algún libro maravilloso, pero me decía: “Graciela, ya lo tengo”, yo me cuestionaba sobre qué le puedo regalar si tiene todo de literatura, de pintura. Es un hombre muy culto, seguí trabajando con él mucho después.

 

La serie Naturata (2004) sobre el Jardín Botánico de Oaxaca, por ejemplo…

 

Me habló para decirme: “Tienes que venir porque hay un jardín maravilloso”. “Ay, Toledo, ya existe Blossfeldt, él fotografió plantas y no me puedo poner a hacer eso”, le respondí. Pero insistió. Era maravilloso porque todas las plantas estaban amarradas por los jardineros y para mí eran como esculturas. Fabio Morábito, que hizo el texto, me dijo: “Graciela, no son esculturas, son plantas en terapia”.

 

En esa serie hay una foto muy emblemática de su sombra en el suelo, pero ha hecho varias de ese tipo, ¿por qué?

 

Cuando viajo, como siempre está el sol, pues siempre tienes sombras, de alguna manera en casi todos mis trabajos estoy yo en mi sombra.

 

¿Qué ve en su sombra?

 

A mí. Siempre me pregunto qué querrá decir la sombra, nunca he leído nada sobre la sombra y me encantaría saber, porque es algo que te acompaña toda la vida y me encantaría encontrar algún libro o poeta que me diga qué significa la sombra.

 

¿Cómo tomó la muerte de Toledo en 2019?

 

Fue muy duro. De casualidad estaba en Oaxaca, fui porque unos españoles me iban a filmar en el Jardín Botánico, pero en la noche me enteré de que había muerto Toledo y me ofrecieron cancelar la grabación porque estaba muy triste. No he podido llorarlo todavía y mira que, cuando estaba en el hospital, él me habló para decirme: “Vine a revisarme del corazón y resulta que tengo cáncer en el pulmón”. Todavía nos llegamos a hablar una que otra vez. Traté de estar en el homenaje, estuve fotografiando todas las coronas que le llevaron y fue muy bonito.

 

¿Hubo alguna mujer igual de importante en su vida como Toledo y Álvarez Bravo?

 

Una mujer importante en mi vida cotidiana, no. Fui muy amiga de Elena Poniatowska, pero estamos en campos totalmente diferentes. Mi mamá fue importante, pero no iba a seguir su ejemplo porque ella tuvo trece hijos. Pero hay otro personaje importante que es Mathias Goeritz, él venía a verme a mi casa de Barranca del Muerto, de hecho tengo un cuadro de él porque un día vino y me regañó: “¿Sabes qué, Graciela?, todo lo que tienes en tú casa es horrible”. Él me ayudó trayéndome libros de fotografía de Bruce Davidson y muchos que no conocía porque eran los años 70, cuando yo estaba empezando.

 

Henri Cartier-Bresson fue otro personaje importante en su vida, ¿no?

 

Sí, lo conocí en París, me cuidó bastante, fue muy lindo porque me invitaba a comer y a cenar con su esposa Martine Franck. En ese entonces, él pintaba, decía que ya no quería ser fotógrafo, pero un día me invitó a que fuéramos a fotografiar. Fue una influencia para mí, aunque de fotógrafos me influyó más (Josef) Koudelka.

 

¿Conoció a Koudelka?

 

Sí, es muy amigo mío. Vino a mi casa, le dije: “Te dejo mi recámara y yo me duermo en el sillón-cama”, y qué crees… escogió un baño que tengo arriba y puso su sleeping, ahí durmió todos los días. Ese es un fotógrafo que me ha ayudado mucho, como todos los buenos fotógrafos que veía.

 

¿Cómo la ayudaban?

 

En el sentido de que ves sus fotos y te ayudan a tener un poquito más de cultura sobre la fotografía y cuando te emocionan, pues evidentemente te influyen. Así me pasó con las fotos de Koudelka sobre gitanos. Ahora que fue mi cumpleaños, me habló de París, y me cantó Las Mañanitas en checo; es muy lindo, me dice Gracielina.

 

Magnolia fue su modelo recurrente en varias fotografías de Juchitán, ¿fue su amiga cercana?

 

Fue muy curioso porque él es Muxe y ellos pueden trabajar siempre con las mujeres; los hombres no pueden trabajar en el mercado. Yo andaba buscando hacer un desnudo; me acuerdo perfectamente que fui a una cantina con Macario Matus y cuando estaba con mi cámara en la cantina, me dice: “Ay, mi amor, por qué no me tomas una foto”. “Sí, claro”, le respondí. En la primera foto que le tomé en la cantina, todavía está vestida de hombre sirviendo las cervezas y entonces me llevó al piso de arriba; fue muy lindo porque era como él quería las fotos.

 

¿Magnolia tiene sus fotos? ¿Se enteró la fama que alcanzó?

 

Salió en los periódicos Libération y Le Monde en París, en página entera; lo fui a buscar para llevarle un periódico y que viera, pero ya no estaba en ese lugar, creo que se fue a Chiapas o quién sabe.

 

¿Cree que se haya dado cuenta hasta donde llegó su foto?

 

Yo creo que sí, porque ya ves que a los juchitecos les gusta el chisme (risas).

 

***

Graciela Iturbide es, ante la crítica, la fotógrafa mexicana más importante de la actualidad, ganadora del Premio Hasselblad, la Beca Guggenheim, el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México y otra docena más de galardones en el extranjero la respaldan. Sin embargo, ese medio día se muestra sencilla y risueña, a cada provocación promete invitarme de nuevo a su estudio. “Un día te vienes a comer y te muestro esto o aquello”. Ha fumado cuatro cigarros durante la charla, el cenicero lleno reposa en el sillón al lado de Hor, que duerme impertérrito.

 

¿Usted se sienta a ver sus libro de fotografía?

 

Sí, pero a veces no tengo tiempo. Por ejemplo, ahorita estoy haciendo uno que es sobre los cholos y otro de cosas abstractas que he tomado con velas; pero así de que me siente a ver mis fotos, no. La primera vez que sale sí, quizá me siente a ver el libro una o dos veces, pero después ya ni me acuerdo de que fotos hay en cada libro.

 

El Autorretrato con serpientes, ¿cómo lo hizo?

 

Son serpientes de plástico, pero porque no encontré reales.

 

¿Sí se hubiera puesto unas de verdad?

 

Claro, les pongo un plastiquito y ya; pero serpientes de agua como las de mis hermanos. Pero no hubo tiempo, mis autorretratos son un instante que me sale, por ejemplo, en Ojos para volar, yo tenía un pajarito muerto y corrí al mercado por un pájaro vivo y me los puse. Siempre me ayudan a tomar esos autorretratos, porque no tengo tripié ni flash ni nada; pero soy siempre la que dirijo y entonces Mauricio, mi hijo, me ayuda, primero le tomé a él para ver el ángulo y luego ya me puse yo.

 

¿Cuál es su comida favorita?

 

Las alcachofas, sobre todo en Roma, nosotros no tenemos buenas alcachofas. Las que como en Europa son del Mediterráneo, pero me gusta mucho, por ejemplo, los domingos encargar carnitas, cuando no me da tiempo de cocinar, porque me encanta cocinar.

 

Las piedras de Tecali en Puebla ya las había fotografiado en 2011 y luego lo vuelve a hacer a color para su exposición de Cartier…

 

Sí, me arrepiento de eso, en blanco y negro quedan mucho más bonitas y abstractas, no me gusta fotografiar en color porque me queda un color más chillante; seguramente porque no fotografío en color, no me di cuenta de que a las 12 del día me iba botar el sol.

 

¿El color desvirtúa?

 

Para mí, porque cuando lo saben hacer es maravilloso, pero yo estoy acostumbrada desde el Life a ver en blanco y negro.

 

 

 

FOTO: La fotógrafa Graciela Iturbide en su estudio de la colonia Coyoacán. Crédito de imagen: Uriel de Jesús Santiago

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