Princesas tlaxcaltecas, su palabra y su guerra
Este es un adelanto del libro Princesas tlaxcaltecas, su palabra y su guerra, publicado por la UNAM, y escrito por la arqueóloga Margarita Cossich Vielman. El libro se inscribe en el marco de los 500 años de la Conquista, y busca trazar la perspectiva de las mujeres que vivieron este acontecimiento, pues quedaron en el olvido a lo largo de los siglos y sólo se concedió importancia a una de ellas, la Malinche
POR MARGARITA COSSICH VIELMAN
Las mujeres que sellan alianzas: los matrimonios
Los tlaxcaltecas aceptaron la alianza en septiembre de 1519, después de largas discusiones entre Xicotencatl, Maxixcatzin, Citlalpopoca, Tlehuexolotzin, Malintzin y los españoles. Para sellarla debían realizar un casamiento, y con ese propósito los gobernantes dieron en matrimonio a las mujeres más valiosas de Tlaxcala. Este pasaje de la historia se conoce por Bernal Díaz del Castillo, quien en el capítulo LXXVII de su Historia verdadera dice:
Otro día vinieron los mismos caciques viejos, y trajeron cinco indias hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y bien ataviadas, y traían para cada india otra moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques, y dijo Xicotencatl a Cortés: “Malinche, ésta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella; tomadla para vos […] lo cual luego lo hicieron, y en él se dijo misa y se bautizaron aquellas cacicas, y se puso nombre a la hija del Xicotencatl doña Luisa, y Cortés la tomó por la mano, y se la dio a Pedro de Alvarado, y dijo a Xicotencatl que aquella quien la daba era su hermano y su capitán, y que lo tuviese por bien, porque sería por él muy bien tratada, y el Xicotencatl acepto alegre esto
Lo primero que se debe tener en mente es que en el siglo XVI las mujeres y los hombres nahuas realizaban una ceremonia de matrimonio que conllevaba varios pasos. Comenzaba con la petición de la mujer por la casamentera, y luego el novio escuchaba los discursos de sus padres y la novia los de los suyos. El día de la boda, la mujer entraba en la casa del hombre y la recibían con incensarios, después los novios se sentaban sobre un petate nuevo frente al fuego, les ataban las mantas, la tilma del hombre con el huipil de la mujer. Se hacía la lista de dotes de los novios y luego la velación por cuatro días antes de consumar el matrimonio.
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Para Diego Muñoz Camargo, el rito de casamiento tlaxcalteca implicaba el obsequio de dotes por ambas partes:
[…] cuando se celebra un casamiento, de parte del desposado toda su parentela ofrecía para el ajuar y casamiento, cada uno lo que tenía ropa para la desposada, joyas de oro o plata y esclavos y esclavas, hilo y algodón, cacao y cofres de madera y de diferentes cosas, esteras según su usanza. Y de parte de la desposada ofrecían ropas muy ricas labradas, mantas para el desposado, esclavos y mucha plumería: […] y después de esto daban grandes y muy espléndidas y suntuosas comidas y bebidas de grandes diversidades de extrañezas de aves, venados y otras […] Duraban estas fiestas muchos días en juegos, bailes y pasatiempos, según la calidad de las personas que se casaban y contraían estos matrimonios.
La descripción anterior evoca los matrimonios españoles del siglo XVI, los cuales antes del Concilio de Trento (1545-1563) constaban de tres etapas. La primera, llamada “los esponsales”, era un acuerdo entre las dos familias para firmar un contrato escrito donde se especificaban los bienes que cada familia aportaba. La segunda era “los desposorios”, momento cuando se prometía la unión y consistía en exclamar las palabras “tendrete por mi mujer” o “recíbote por mía”, seguida de la unión de las manos de los novios. El rito terminaba dos meses después de “las velaciones”, cuando la novia y la madrina tomaban el velo de la primera para colocarlo sobre el hombro del esposo. Todo precedido por una misa y una confesión general. Después de esto comenzaban las fiestas en el domicilio de la mujer.
En Tlaxcala, en aquel momento se llevaba a cabo la alianza política de dos ejércitos, el tlaxcalteca y el castellano, a la par de que estos dos pueblos se emparentaban. Asimismo, se practicaban, al menos, dos tipos de ritos religiosos. El rito católico consistía en el bautizo de las mujeres tlaxcaltecas que eran dadas con el fin de sellar la alianza. Este rito se efectuaba sobre un “cu” (como llamaban los españoles a los altares mesoamericanos) por el capellán Juan Díaz, acompañante de los extranjeros y encargado de bautizar a todas las mujeres mesoamericanas, oficiar misas y confesar a los soldados castellanos antes de las batallas. Además se realizó el rito de matrimonio tlaxcalteca, el cual es representado en el documento Fragmento de Texas (por ubicarse en la Universidad de Texas, en Austin), una pictografía de mediados del siglo XVI que ilustra el preciso momento de esta ceremonia. La escena muestra a todos los personajes de perfil, viéndose unos a otros; en la parte superior izquierda está Cortés, vestido de color negro, cómodamente sentado en su silla de cadera, mientras extiende la mano izquierda al frente señalando (convención iconográfica para simbolizar que alguien está hablando). Se sabe que se trata de Cortés porque tiene una anotación en caracteres alfabéticos: ‘don Hernán Cortés capitán’. Detrás de él aparecen siete soldados armados con lanzas y espadas, aunque ninguno porta armadura; por el contrario, están vestidos de civiles de diversos colores (azul, rojo, amarillo), y lucen diferentes diseños y colores de sombreros. Éstos no tienen anotaciones, así que es imposible saber quiénes eran. Frente a este grupo se acercan a pie los representantes de las cuatro cabeceras tlaxcaltecas, encabezados por Xicotencatl, quien es seguido por Maxixcatzin, Tziuhcouacatl y Tlehuexolotzin, identificados porque sobre la cabeza de cada uno hay una línea negra que lo conecta con su nombre en escritura jeroglífica náhuatl y, sobre éste, la anotación en caracteres alfabéticos. Xicotencatl lleva el signo de la abeja (xicotl), Maxixcatzin el signo del agua (atl), Tziuhcouacatl el signo de la serpiente (coatl) y Tlehuexolotzin el signo de la cabeza del guajolote (huexolotl). El más ataviado es Xicotencatl, que luce una tilma, o capa, blanca con moños de color rojo; en su cabeza ostenta el tocado tradicional tlaxcalteca llamado tecpilotl, consistente en dos lazos entrelazados, uno rojo (teñido con cochinilla) y otro blanco, aderezados en la parte trasera con un arreglo de plumas, en este caso plumones blancos de garza. Los otros tres personajes no usan tecpilotl pero visten, como Xicotencatl, hermosas tilmas de colores rojo y azul, una de ellas con diseños de flores, así como maxtlatl, bragas, finamente adornadas, y calzan sus pies con cactli de color rojo. Maxixcatzin es el único que lleva orejera y un brazalete posiblemente de jade. Los cuatro señores extienden sus manos derechas (que el o la tlacuilo dibujó como mano izquierda, característica común en las representaciones nahuas y mayas) para simbolizar una cuenta, al tiempo que sus manos izquierdas ejecutan el mismo ademán que Cortés. La posible interpretación es que los señores van contando e indicando al extranjero estas cuentas.
Debajo de esta escena se yergue Malintzin con una anotación: ‘Marina’. A ella se la muestra con la cabellera ondulada suelta en tanto señala, también con su mano izquierda y con la mirada en alto, a los cuatro señores tlaxcaltecas. En las pictografías nahuas se representaba a las mujeres solteras con la cabellera al aire, mientras que a las casadas con un peinado llamado de cornezuelos, que se lograba al dividir la mata de pelo en dos partes, las cuales se enredaban con los dedos por separado para hacer una especie de canelón; luego, los dos canelones se cruzaban por la parte trasera de la cabeza y se sujetaba cada extremo al frente de ésta.
Un rasgo sobresaliente de Malintzin es la enorme cantidad y hermosa calidad de huipiles y faldas que ostenta en cada una de las representaciones que existen de ella. En esta imagen, Malintzin además viste botines como los hombres españoles, pero de color rosa, no como los botines negros de los soldados. Malintzin recibe a una procesión de cinco mujeres descalzas, todas con los cabellos lacios sueltos con flequillo a diferencia de Malintzin y a semejanza de los señores tlaxcaltecas. Las cinco mujeres visten hermosos y variados huipiles y faldas. Las tres primeras llevan anotados sus nombres: ‘Luisa Tecuiluatzin’, ‘Tolquequetzaltzin’ y ‘Couaxochitzin’.
Debajo de esta escena hay otra de un grupo de ocho mujeres en cuclillas, dirigidas por una mujer de pie. Todas tienen cabelleras sueltas con flequillo, cincos lacias y tres onduladas. Llama la atención que, en contraste con la procesión de mujeres que aparece arriba y de quien las dirige, estas mujeres lucen huipiles con múltiples diseños, rojos y negros, de una tela tan fina que deja traslucir sus faldas y pies; en el caso de una de ellas se observan incluso sus pechos. Todas señalan al frente con sus manos derechas hacia una serie de objetos, orejeras y bezotes de oro, brazaletes de jade y mantas de diferentes diseños y colores. Entre estos dos grupos de mujeres hay una anotación en caracteres alfabéticos en náhuatl:
Yn nican yhcuiliuhtimani ciuatzitzintin ynpilhuan tlatoque quimacaque capitán. Yuan cozcatl nacochtli mahcuixtli tentetl teocuitlatl yuan tlaquemitl quapachxicalcoliuhqui tlaquemitl quimaca que capitán yn tlatoque.
[Aquí están pintadas las mujeres, hijas de los señores, que dieron al capitán. Además collares, orejeras, pulseras, bezotes de oro y mantas xicalcoliuhqui, vestidos que los señores dieron al capitán.]
Esta imagen, además, concuerda muy de cerca con lo descrito por Bernal Díaz del Castillo e incluso da detalles adicionales; de ahí la importancia de comparar fuentes para contextualizar las historias. Bernal menciona que fueron dadas, exactamente, cinco mujeres a Hernán Cortés, Juan Velázquez de León, Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Alonso de Ávila.
Otras fuentes también describen ese momento. Se sabe que los señores principales de Tlaxcala otorgaron a sus hijas. Xicotencatl de Tizatlan dio a Tecuiluatzin, bautizada como Luisa o María Luisa, y a otra hija, Tolquequetzaltzin, Maxixcatzin de Ocotelulco dio a Zicuetzin, hija del capitán Atlapaltzin, quien fue bautizada como Elvira. Citlalpopoca, señor de Quiahuiztlan, dio a Zacuancozcatl, hija de Axoquentzin, y a Huitznahuacihuatzin, hija del capitán Tecuanitzin. No se sabe con claridad si Tlehuexolotzin, de la cabecera de Tepeticpac, dio una princesa en esta unión.
La más famosa de estas cinco mujeres es Tecuelhuetzin, quien debía tomar por esposo a Hernán Cortés, pero éste adujo que ya estaba casado en España y ofreció en su lugar a “su hermano y capitán” Pedro de Alvarado; Gonzalo de Sandoval fue entregado a Tolquequetzaltzin, Juan Velázquez de León a Zicuetzin, Cristóbal de Olid a Zacuancozcatl y Alonso de Ávila a Huitznahuacihuatzin. Otras referencias, más tardías, mencionan a otra hija de Xicotencatl, Lucía, quien se casó con Jorge de Alvarado, hermano de Pedro, de quien se desconoce su nombre antes de ser bautizada.
Fernando de Alva Ixtlilxochitl, cronista texcocano que relata varios aspectos de la Conquista de México, describe aquel momento así:
[…] y habiendo juntado otras muchas doncellas con estas señoras, se las dieron a Cortés y a los suyos, cargadas de muchos presentes de oro, mantas, plumería y pedrería; y dijo Maxixcatzin a Marina que dijese al señor capitán, que allí estaban aquellas doncellas hijas de Xicotencatl y otros señores nobles, para que él y sus compañeros las recibiesen por mujeres y esposas. Cortés les dio las gracias, y las repartió entre los suyos, porque no pareciese que menospreciaba la dádiva y el emparentar nuestros españoles con ellos; y por usar de magna nimidad y en recompensa de la dádiva, pidió ciertos mensajeros que fuesen a Cempoalan para traer cantidad de mantas, enahuas, huipiles, pañetes, cacao, sal, camarones y pescado, que todo ello, traído que fue, lo repartió entre las cuatro cabezas y los demás señores tlaxcaltecas, y fue para ellos de muy gran merced y regalo, porque carecían de todo ello: fueron al efecto ciento veinte personas nobles y doscientos hombres para cargar, y les ayudó un español que tenía puesto en Cempoala, y el señor de allí llamado Chicomacatl.
Este testimonio esclarece la acción de los españoles de enviar una comitiva a Cempoala a recoger regalos para los señores tlaxcaltecas, como la dote que los nuevos esposos entregaban a los padres de las princesas tlaxcaltecas.
Por otro lado está el escueto relato de Cortés sobre la alianza con los tlaxcaltecas. En éste refiere que Maxixcatzin fue a pedir que los perdonara por hacerles la guerra y que él y Xicotencatl lo invitaban a sus casas. Después de que Cortés les echa en cara todo lo que habían hecho contra los españoles, dice: “Finalmente, que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuesta majestad y para su real servicio, y ofrecieron sus personas y haciendas, y así lo hicieron y han hecho hasta hoy y creo lo harán para siempre por lo que adelante vuestra majestad verá”. En esta corta narración Cortés omitió mencionar que los señores principales les regalaban además un sinfín de joyas, comida, guerreros, sus haciendas y, lo más valioso que tenían, sus hijas.
Esta reinterpretación del lienzo de Tlaxcala retrata a Malinche fungiendo como traductora/ Crédito: Noticonquista